Ayer, víspera del 18 de julio, la noticia que incendiaba las redes sociales era que un policía de paisano le había metido una hostia a un periodista al grito de “¡Viva Franco!” Parecía una noticia de 1943, de 1956 o de 1974, sólo que en esos años una cosa así, por lo habitual, nunca hubiera sido noticia y menos aún en El Alcázar. Unos decían que el periodista, Jordi Borrás (conocido por sus simpatías hacia el movimiento independentista) se había inventado él mismo la exclusiva, emulando a Hermann Tertsch aquella noche de gloria en que perdió a los puntos su combate contra un taburete. Les resultaba inverosímil que un policía, en el barrio gótico de Barcelona, la emprendiera a golpes con un viadante mientras daba vivas a Franco y a España, y que luego, para evitar la intervención de los espontáneos, sacara la placa que lo identificaba como policía nacional antes de escabullirse otra vez hacia la posguerra.

Con todo, lo verdaderamente sorprendente llegó poco después, cuando en mitad de esa disputa epistemológica entre tirios y troyanos, un portavoz de la Policía Nacional confirmó que, en efecto, el agresor pertenecía al cuerpo y que su placa era auténtica. Ni siquiera habría sido más alucinante descubrir que se trataba de José Luis Torrente, el brazo tonto de la ley, franquista declarado y forofo número uno del Atlético de Madrid, porque en la España actual Torrente difícilmente habría sido expulsado de la policía. Casi con toda seguridad le habrían dado una medalla, o mejor dos, por si perdía la primera. Ahí está tan tranquilo Billy el Niño, asesino y torturador condecorado, para probarlo. Bastante suerte tuvo Jordi Borrás con que no lo detuvieran a él por golpear el puño de un policía con la nariz y mancharle la camisa de sangre.

El grito de “¡Viva Franco!”, a diferencia del “Heil Hitler” no es meramente simbólico. Porque Franco, a diferencia de Hitler, sigue vivo, como lo demuestran los miles de fascistas que el domingo fueron a merendar al Valle de los Caídos con el brazo en alto, una estampa escalofriante que parecía extraída de 1940, 1955 o 1967, pero que sólo ocurrió hace tres días. Con lo cual quedá probado que la famosa Transición fue una borrachera que vino a durar entre los suspiros fúnebres de Arias Navarro y la matanza de los abogados de Atocha. Parafraseando a Philip K. Dick, el franquismo nunca dejó de existir, porque, a diferencia del nazismo, no sólo ganó la guerra sino también la paz y la posguerra.

Basta contemplar la nutrida piara que se congregó el domingo en el Valle de los Caídos haciendo el saludo nazi para comprender que no ganaremos nada abriendo la tumba del Caudillo y arrojando los restos al vertedero donde merecen estar, salvo para quitarnos un peso de debajo. El franquismo es un estado mental, no unas miasmas en franco estado de putrefacción que sus adoradores podrían albergar de casa en casa como la imagen de una virgen parroquial. Los restos de Franco no descansan bajo una losa sino que están a a la vista del mundo entero, podridos, en pie y con el brazo en alto. - David Torres - publico.es