HACIA UNA SOCIEDAD SIN JAULAS


La historia de la cárcel está profundamente ligada a la historia del capitalismo y del Estado, y esta última está profundamente ligada a todas las resistencias, todas las luchas, las insurrecciones y las revoluciones a manos de los explotados, los desposeídos de todo el mundo para desembarazarse –a veces, con intenciones de libertad real y otras con retornos a la represión aun peores, aun más brutales– , para deshacerse del capitalismo, el dinero, la propiedad, la división de clases, el Estado. 
Durante los dos últimos siglos, porque sustancialmente el origen de la cárcel tal y como lo conocemos nosotros no va más allá en la historia (no es que antes no existiese el problema de la exclusión, del exilio de la sociedad, o incluso de la tortura y la eliminación física, pero el lugar concreto, espacialmente definido, que es la cárcel no existía), el problema de las prisiones ha estado presente en todos los movimientos de emancipación, de transformación radical de la sociedad. Siempre ha estado presente en las reflexiones y también en los argumentos de propaganda, que se podían resumir de esta manera: si distinguimos dos tipos de crimen (se trataría de una distinción por amor a la claridad, porque en realidad el contexto social y sus transformaciones son siempre mucho más complejos, mucho más articulados y por tanto mucho más difíciles de catalogar), los que podemos definir como de interés, es decir, ligados al dinero, a la necesidad en el interior de esta sociedad de tener dinero para sobrevivir, y los pasionales. 
Ahora bien, es evidente – argumentaban estos revolucionarios – que los primeros, o sea, los de los intereses, están profundamente ligados a esta sociedad: para ellos o se concibe un mundo en el que no hay quienes acaparan los instrumentos, las riquezas y todo lo que es necesario para vivir y otros que, empujados por la necesidad, son forzados o a prostituirse como trabajadores asalariados o a alargar las manos para coger ilegalmente (dado que las leyes están de parte de los propietarios) las riquezas o bien no habrá nunca ninguna solución. Por otro lado, en lo que respecta a los crímenes denominados pasionales, que luego son los más ondeados por la propaganda dominante para justificar la cárcel: también los que, como las violaciones, ofenden más la conciencia de todos; también estos crímenes, si los miramos más atentamente, están profundamente ligados a la sociedad en que vivimos, en el sentido en que son el producto de la miseria afectiva, incluida la sexual, de la ausencia de relaciones gratificantes en la vida cotidiana, de la miseria de relaciones humanas en general; son el producto de toda esa tensión, de ese estrés, de esa rabia que no se expresa y que vuelve, igual que un huésped indeseado, en forma de tic nervioso, en forma de presencia inconsciente, de violencia estúpida y gregaria. También estos fenómenos – que luego siempre se usan para hacer necesaria, en la mente de los explotados, la cárcel con toda su estructura social, que se usan como espantapájaros para hacer aceptar la presencia de la autoridad y del orden policial –están, así, profundamente ligados a esta sociedad. En los argumentos de esos viejos compañeros, una sociedad sin Estado y sin dinero, material y pasionalmente rica, habría eliminado automáticamente los llamados crímenes de intereses y reducido cada vez más los llamados crímenes pasionales. ¿Y nosotros? 
Es evidente que el concepto de transgresión, de violación de las normas remite a todo pensamiento filosófico, moral, jurídico, político y demás que se ha construido en esta sociedad y que se ha desarrollado, articulado, defi nido para defender esta sociedad. Hablar de cárcel, en resumen, no signifi ca solamente hablar de la regla y, por tanto, asumir la pregunta radical que todos eluden: quién la establece, en base a qué criterios, qué hace para afrontar un problema como el de la transgresión. Aparte de esto, hace falta preguntarse también qué signifi ca proyectar un modelo de convivencia, de humanidad al que poder juzgar como no ortodoxo, tachar de ortopédicamente desviado o moralmente inaceptable cualquier comportamiento, cualquier elección, cualquier decisión que no se repite, que no se somete a ese modelo. He usado el concepto de “ortopedia” ya sea porque es un concepto preciso en las reflexiones de varios criminólogos, de varios expertos en desviación, o porque etimológicamente también es un concepto interesante. La necesidad de hacer caminar correctamente (eso es lo que significa “ortopedia”) a todos los individuos por los caminos establecidos por la sociedad, de reprimir sus rutas, sus metas y sus obstáculos, es la fuente inagotable de todas las jaulas. Problema de la regla, por tanto, problema del modelo que se considera superior a los individuos concretos, que es también una forma, esta, de crearse cercos en la cabeza, para reasegurarse frente al aspecto multiforme y, por tanto, aterrador de la vida social. 
Este modelo actúa, por ejemplo, en el momento en que determinados comportamientos, que ofenden profundamente el sentido de humanidad de todo el mundo, se defi nen como inhumanos: basta pensar que en alemán inhumano y monstruo se expresan con la misma palabra (Unmensch). Todo lo que es monstruoso se defi ne como inhumano por mantenerlo lejos de sí; determinados actos, determinados comportamientos son tachan de inhumanos, o – y esto es el aspecto penal, jurídico– de criminales. En esta sociedad, la cárcel no se ve como algo fortuito precisamente porque, en el fondo, hablando de la situación italiana, de 55 millones de habitantes los encarcelados son cerca de cincuenta mil, una cifra que podría parecer irrisoria en relación con lo que estoy diciendo. En realidad, la cárcel es un elemento central, fundamental de esta sociedad; está presente en toda la sociedad y no se confunde solo con esos edificios que físicamente confinan a determinados hombres y determinadas mujeres. ¿Por qué es un eje de esta sociedad? Justamente porque la represión cuya expresión más radical es la cárcel no se entiende como algo diferente al consenso forzado, cuya paz social en la que se basa el orden actual de las cosas, entendiendo por paz social no la convivencia pacífica de las personas, sino la convivencia pacífica entre explotadores y explotados, entre dominadores y dominados, entre dirigentes y ejecutores.

REFLEXIONES PARA UNA SOCIEDAD SIN  JAULAS
MASSIMO PASSAMANI (pdf)

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