José María Aznar es un criminal de guerra que debería vestir con un pijama naranja y al que único que se le puede desear es un juicio en un Tribunal Penal Internacional. Su crimen no es otro que la intervención militar en Irak, intervención basada en una mentira destapada por su entonces jefe de los servicios de inteligencia, Jorge Dezcallar (no había armas de destrucción masiva ni Irak colaboraba con Osama Bin Laden). Una patraña de la que existen pruebas de su pleno conocimiento. Por tanto, sobre él recae el embuste intencionado y consciente que llevó a España a intervenir militarmente en Irak.
Dicha guerra, la Segunda de Irak y la Segunda de la Familia Bush contra Sadam, se encuentra indudablemente en la génesis del terrorismo y del Estado Islámico y sus tropelías, tanto en Oriente Próximo como Europa o África (incluido el 11-M), así como en la transformación del país en un estado fallido. Ambas situaciones originaron millones de muertos, directa e indirectamente, heridos, desplazados y refugiados. Muchos de ellos perecieron en el Mediterráneo, en las rutas que hasta él llevan, en el Magreb o en la despiadada y aliada Turquía. Eso cuando no terminaron siendo explotados en fábricas para beneficio de Zara y Mango.
Confirmado y corroborado el crimen, ni perdón ni clemencia ha solicitado el criminal, ni tan siquiera cuando la presión (Informe Chilcot) provocó que lo hiciera Tony Blair, uno de sus compañeros de correrías. De hecho, los populares siempre han negado la participación de España en la guerra de Irak (Federico Trillo: “En Irak no se pegó ni un tiro”; o Esperanza Aguirre: “España no estuvo en la guerra de Irak”).
Sin embargo, la realidad es muy distinta. España estuvo en Irak y disparó mucho. Y también torturó. Es lo que tiene participar en guerras. Para la Historia quedarán las batallas del 4 de abril en Najaf o la matanza del 26 de abril (ambas en el año 2004) en las que participaron las tropas españolas. Y si Zapatero no regresa a las tropas de Irak (mayo de 2004), estas habrían tenido tiempo de participar en la batalla más sangrienta de toda la guerra: la Segunda Batalla de Faluya (noviembre y diciembre de 2004). Así pues, no solo España no llegó a Irak cuando habían acabado los tiros, como sostienen falsamente Esperanza Aguirre o Federico Trillo, sino que se fue antes de que estos terminaran.
A sus crímenes y mentiras pasados, José María Aznar acaba de añadir más mentiras, algunas de las cuales pueden incluso ser constitutivas de delito, pues no se puede faltar a la verdad en las comisiones parlamentarias del Congreso de los Diputados. No impunemente, al menos. Más madera.
Aznar vuelve a negarlo todo. En esta ocasión, la existencia de una ‘caja B’ en el Partido Popular, y lo hace a pesar de la resolución judicial que claramente lo confirma. A estas alturas queda claro que negaría cualquier delito, inmoralidad o crimen perpetrado, aunque existiera físicamente y se empotrara contra él.
La persistencia patológica del embuste, la total ausencia de percepción de la realidad y la asunción de responsabilidades nos sitúa ante un pobre criminal que ha sido devorado por sus propias mentiras. Un delincuente que embiste tozudamente sabiendo que goza de una impunidad que le será suficiente para salvar el pellejo pase lo que pase y quede como quede. Solo así se podría explicar el último comportamiento de José María Aznar y solo así se podría justificar el último delito que acaba de cometer: faltar a la verdad en una Comisión Parlamentaria que investiga la financiación irregular del Partido Popular.
Su impunidad, el retrato de la baja calidad democrática española
Estas nuevas mentiras, y este nuevo delito, serán ignorados por la Justicia y la sociedad españolas, por supuesto, lo que vuelve a demostrar que no todos somos iguales ante la ley. Que las mentiras y los delitos tienen ‘coste cero’ para personajes como Aznar, Corinna, Juan Carlos, Cristina y demás pilares del Postfranquismo. Una impunidad selectiva y elitista que desnuda el Régimen, sus magnas carencias democráticas y la ciénaga de inmoralidad e indecencia sobre la que está construido.
Luis Gonzalo Segura, exteniente del Ejército de Tierra y autor de ‘El libro negro del Ejército español’.
Y no os perdáis 'DE COMO EL EJÉRCITO ESPAÑOL HIZO EL RIDÍCULO MÁS SURREALISTA DEL SIGLO XXI'
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