Cada vez que el president Torra llama a los catalanes a luchar por los derechos civiles,  –y lo hace a menudo– y ya no digamos cuando cita a Martin Luther King, siento vergüenza. Ajena y propia: el mundo va a terminar pensando que Catalunya es un country club de socios pijos. - Joaquin Luna - lavanguardia.com


No se quién tuvo la idea de explotar la marca lucha por los derechos civiles, propiedad de todos los negros de Estados Unidos que en los años cincuenta y sesenta fueron sacados a puñetazos de restaurantes, arrastrados en coches hasta la muerte por las carreteras del Deep South o linchados –como Emmett Till, de catorce añitos, acusado de flirtear con una blanca casada–, pero creo que es uno de los mayores despropósitos del independentismo.
Aquellos parias de la tierra, pobres de la América más pobre, no pueden ser invocados hoy en Catalunya, una de las regiones más ricas de Europa, como un spot publicitario o una “inspiración” –en el lenguaje cursi de los ­ coachs– porque hacerlo es mostrar fealdad ante el espejo y revelar urbi et orbi que se te ha ido la olla.
Unos de los muchos representantes del legado de Luther King y director de un centro dedicado a la memoria del Nobel explicó su perplejidad a preguntas de un periodista de El Confidencial. Le cayó la del pulpo, y el doctor Carson emitió después un comunicado de seis puntos en que matiza pero no desmiente. La grabación de la entrevista es inequívoca y avala al periodista: “No veo a los catalanes oprimidos como grupo”.
Sólo un fanático –y espero que el presidente de Catalunya no lo sea– puede persistir en esa apropiación inmoral. Que un movimiento sea pacífico no lo equipara con la lucha de los derechos civiles de unos héroes a los que ningún Estado ni dinero público apoyaba. Uno no se imagina a Luther King citando a los suyos –en tercera y dramática convocatoria– en el puente Pettus para marchar de Selma a Montgomery, la capital de Alabama, y después aparecer a la hora fijada ¡en Canadá! tras dejar en la estacada a sus compañeros...
Una cosa es moldear la historia de tu país a conveniencia y otra –más inquietante– es cocinar una pizza donde aquí pongo a Mandela, allí a Luther King y allá a Jesucristo nuestro señor. Un bumerán indigesto. Y llueve sobre mojado: Jimmy Carter se negó rotundamente en abril del año pasado a monitorizar el 1-O –a darle legitimidad– y se cuidó mucho de regalar una foto al president Puigdemont pese a que viajó hasta Atlanta, en otro episodio delirante y despilfarrador de la “internacionalización” del procés.
Puestos a jugar con la historia y extraer lo que te conviene –marchando una de épica para una sociedad acomodada–, quizás sería apropiado invocar la Larga Marcha de Mao Zedong y los suyos: la retirada estratégica y realista para evitar la debacle en la guerra civil china de los años treinta.