DE PASEO POR EL EVEREST


En tan solo una semana, la lista de fallecidos en el Everest, asciende a una docena. Es una cifra preocupante, sobre todo teniendo en cuenta que no hubo accidentes, tormentas de nieve, terremotos, ni avalanchas ni nada raro, a excepción de lo que nos enseña la foto del alpinista nepalí Nirmal Purja, que regresaba de hacer cumbre el pasado 22 de mayo,y que dio la vuelta al mundo al mostrar una hilera de más de doscientas personas haciendo cola para acceder a la cima de la montaña más alta del planeta. Durante hora y media Purja intentó poner orden en aquel atasco como si fuese un guardia de tráfico. Tuvieron mucha suerte, bastaba que el viento hubiera soplado un poco más fuerte para que empezase a arrancar gente como fruta madura de la arista sureste. Un brusco cambio de tiempo y ahora podríamos estar hablando de la mayor tragedia jamás ocurrida en el Himalaya.
Un resbalón, un desprendimiento, un fallo en la botella de oxígeno, un edema cerebral, un edema pulmonar: prácticamente cualquier cosa puede matarte en la alta montaña. No digamos ya en una montaña de la talla del Everest, un ochomil cuyas laderas son cementerios salpicados de cadáveres de diversas épocas, sobre todo de la nuestra, una era materialista en la que miles de turistas atraídos por el reclamo de la aventura creen que el techo del mundo está al alcance de sus bolsillos. Y la gente sigue ascendiendo al techo del mundo en plan romería, como auténticos idiotas postmodernos reyes del postureo del siglo XXI. Quizás seria interesante poner una máquina dispensadora de tickets como en el supermercado o la Farmacia para que nadie se colara y ascendieran a su mísera gloria en perfecto orden como un rebaño de ovejas civilizado. ¡Ay señor! si Sir Edmund Hillary i Tenzing levantaran la cabeza.

Publicar un comentario

Artículo Anterior Artículo Siguiente