Soy un niño; diez años, tal vez. Sueño con un libro, mezcla de palabras e imágenes. Retazos de aventura, recuerdos reunidos, sentencias, fantasmas, héroes olvidados, árboles, el mar furioso. Amontono frases y dibujos, por las noches, los jueves por la tarde, pero muy especialmente los días de anginas o bronquitis, solo en el piso familiar, libre. Con ellos levanto un andamio que enseguida destruyo. El libro muere cada día. 
Tengo dieciséis años. Entro en Bellas Artes y me aburro. Seis meses más tarde, me voy dando un portazo. Quemo todos mis dibujos: no se parecen a mi libro. Me hago mozo de coches-cama internacionales. El libro resurge cierta noche en un tren, tras muchas horas de charla con un viajero que no consigue conciliar el sueño. Al alba, en un café de Roma junto a la estación, tengo un
título: Manifiesto incierto. Por entonces, hay ideologías por todas partes, izquierdistas, fascistas, y las certezas se atropellan dentro de las cabezas. Varios atentados atribuidos a grupos anarquistas sacuden Italia. En realidad, los llevan a cabo varios grupúsculos neofascistas manipulados por los servicios secretos.
¿Los instigadores? Se habla de altos cargos de la democracia cristiana, de la Logia P2, incluso de la CIA. La confusión es total. En las fábricas, la autogestión generalizada está a la orden del día. Todos los partidos políticos están nerviosos. ¿Cómo callar a la clase obrera? El terrorismo se revela como el mejor remedio contra la utopía...

El propósito del Manifiesto incierto 1 de Frédérick Pajak, es evocar la historia borrada. “Una sociedad sin memoria es una sociedad muerta. Yerra, igual que un ser humano privado de su memoria olvida cómo alimentarse. La memoria de nuestra sociedad no ha desaparecido, pero podría hacerlo –advierte-. 
Nos corresponde a cada uno evitarlo, sobre todo en las relaciones con los demás, con hijos y nietos”. Según Pajak, el alud de noticias, “la ‘actualidad’, es el peor lavado de cerebro. Todo sirve para ser engullido rápidamente y olvidado un segundo después. Nos impide vivir en la temporalidad de la historia, que nos sumerge en el pasado, el de los vencidos, de los abandonados a su suerte”. Su sufrimiento, añade, “debería influir en nuestro presente y nuestro futuro”. Orwell y Huxley ya nos habia advertido de este alud de noticias manipuladas que, por excesivo, nos desinformaría en vez de informarnos.