En el escalafón nacional de reuniones imaginarias, cosméticas o directamente inútiles, la ronda de entrevistas con agentes sociales que se ha marcado estos días Pedro Sánchez encabezaría de calle todas las categorías posibles. Se haría con todos los títulos del mundo de una tacada, casi sin necesidad de bajarse del autobús ni de salir de Macumba, club de clubes.
En el libro de estilo sobre técnicas de camuflaje para inmovilistas, la primera regla de manual consiste en deambular muy deprisa a todas partes, dar sensación de ajetreo existencial y poner ante la cámara ese rictus de hiperactividad con zapatos apretados que al presidente en funciones le sale solo y por defecto.
Aún no se ha librado ni un instante de la provisionalidad como estilo de vida, pero parece llevar toda la vida ungido por los dioses. La huida hacia adelante de Pedro Sánchez deja en un mero paseo por la campiña la escapada del fugitivo de la vetustísima serie en blanco y negro de la que ya no se acuerda casi nadie. Claro que el riesgo de Sánchez, como el de Aquiles o el de Richard Kimble, es encontrarse con su propio talón antes de haber conseguido terminar algo, por mínimo que sea.
Cualquier malpensado sospechará que, en realidad, Sánchez se apresta a pulverizar los récords de dontancredismo y silboteo costumbrista de Rajoy. El problema es que, al sumar las habilidades casi morfogenéticas de hibernación de los dos, resultan ya cuatro años los que llevamos todos presos (y presas) del sopor de la ciénaga, esa expresión con la que García Márquez identificaba el origen de Macondo en las primeras páginas de Cien años de soledad.

Mientras mundo adelante arrecia la guerra comercial y el cambio geoestratégico, mientras Europa se convierte en el balneario geriátrico con olor a rancio y a orines que ya apuntaba Vázquez Montalbán, o mientras la economía amenaza con volverse a ir de nuevo al carajo, en Sinapia seguimos con la plomiza siesta del gobierno en funciones, sumidos en el sopor de la ciénaga y sin visos de reaccionar ni a corto, ni a medio plazo ni previsiblemente nunca.
En época de Valle, el marques de Torre Mellada nos acusaba como pueblo de preferir siempre el heroísmo al maquinismo, pero en estos tiempos de ciénaga ya hasta esa antigua condición de héroes nos da muchísima pereza. Es mejor encenagarse hasta las trancas. En Sinapia tan solo nos movemos en el sempiterno maniqueísmo entre Josearcadios o Aurelianos; somos o del uno o del otro sin solución de continuidad y así hasta el fin de los tiempos. Todo lo demás es musiquilla de violín, acá el infierno siempre son los otros y apártense vacas que la vida es corta.
Está claro que, a los españoles, los cien años de soledad empiezan a contarnos el 18 de julio de 1936. Estamos condenados a repetir esa misma dialéctica de soledad (y onanismo) una y otra vez sin solución de continuidad. Siempre la misma tesis, la misma antítesis e incluso la misma síntesis, que en nuestro caso se resume en los absolutamente carpetovetónicos ‘pues anda que tú’ o el no menos célebre ‘y tú más’.
Lo más triste es que la última añada de spin doctors a la violeta se ha empeñado en que tanto los políticos josearcádicos como los aureliánicos cuentan ahora con un relato para neutralizar a los adversarios. Se conoce que el relato es una especie de señor de los anillos, el relato por antonomasia; eso sí, esta vez más político, con menos barbas, la misma testimonial presencia femenina en sus páginas y una estatura media en el común de nuestros poncios bastante inferior a la de los hobbits. Orcos sigue habiendo demasiados, eso sí.
Ni diálogo, ni argumentos, ni ideologías ni otras sansiroladas. Ahora tan solo hace falta colocarles tu relato a los demás. La ocurrencia tampoco sería tan perniciosa si no fuera porque ni uno solo de nuestros actuales políticos es capaz de expresarse con un mínimo de facundia. Ninguno de ellos se basta para defender razonada y coherentemente una idea, ni un punto de vista, ni un argumento, ni una filosofía ni un principio de actuación. Eso queda para sus asesores áulicos. Ante los votantes les basta con un eslogan seguido de un improperio y un par de tuits, con presentarse de forma arreglá a la par que informal y con morderse mucho los carrillos.

No es ni mucho menos casual que los distintos candidatos a estadistas patrios se parezcan cada vez más entre sí. Tanto en la apariencia como en la inanidad de sus mensajes, que no relatos. Desde Sagasta hasta los quintos ábalos de hogaño, la historia del parlamentarismo patrio parece reducirse a una sucesión maléfica, perniciosa y permanente de chistes sobre el ya proverbial sujétame el cubata. Todas las comparaciones son odiosas, pero entre los políticos valetudinarios de la transición y los actuales, resultan directamente insultantes.
Es probable que periodistas y consultores de comunicación hayamos tenido bastante que ver en la conversión del relato en otra de las construcciones semánticas vacías de contenido con que el racarraquismo nos bombardea por tierra, mar y aire. Les propongo una prueba del nueve para detectarlos, aislarlos y, si se dejan, reducirlos. Si la mercancía tiene la misma (o parecida) enjundia que el Relato de un náufrago, de nuevo de García Márquez, entonces compren la palabra y empléenla sin tasa. Si la comparación con el de Gabo no se tiene en pie, huyan de definir ese cuento como relato y sencillamente llámenlo milonga.
ientras en otros países, insisto, se ha estado decidiendo estas semanas el destino de lo que queda de siglo en buena parte del mundo, aquí hemos preferido seguir encenagados en los tópicos de siempre. Los biencomidos, aquellos a quienes les molesta el ruido moral de los que nunca deben decidir… [Pongo los puntos suspensivos para que ustedes los completen con el relato que más los encocore de entre los centenares con que josearcadios y aurelianos nos han atosigado este trimestre.]
No quisiera pecar de pesimista, pero el final de este relato (ejem), el del sopor de la ciénaga, lleva escrito mucho tiempo. Seguiremos otros diecisiete años de gobierno en funciones, con dos o tres nuevas citas electorales por año. Cuando el 18 de julio de 2036 elijamos finalmente al nuevo presidente de Gobierno, comprobaremos, con cierta tranquilidad e idéntico sopor, que nuestro nuevo líder gasta cola de puerco, que se lo están llevando las hormigas y que, por fin, de una vez y para siempre, el Macondo que fuimos se extinguirá en la noche de los tiempos. Quizá mi propio relato sea demasiado pesimista, pese a todo. No sabría decirlo. En mi descargo solo puedo precisar que el lunes vuelvo al trabajo.

El sopor de la ciénaga
Juan Carlos Burgos González