Hasta ahora tenía claro que las generaciones que ocupan el espacio público estaban caracterizadas por algo que consideraba una anomalía histórica: no habían conocido ninguna guerra. Por supuesto esta no es una forma de pensar nada científica, la cronología del pasado no asegura que se tenga que repetir necesariamente una guerra de vez en cuando. Reconozco que es un pensamiento mítico: la creencia de que las desgracias son una parte inevitable de la vida. Lo que pasa es que funciona.
Lo que estamos viviendo no es una guerra, es una desgracia. La escenificación que el gobierno español ha elegido hacer sólo demuestra que España, o sea la corte, no aprende. Da igual unas siglas como otras, todos son parte de la misma corte madrileña y comparten intereses políticos, económicamente parasitarios, ideológicos. En sí misma la corte es nuestra desgracia, como hemos vuelto a comprobar a costa del conjunto de la ciudadanía del Estado. Que unos militares que han continuado tranquilamente la cultura del franquismo llamen a los ciudadanos soldados sólo manifiesta la esencia de un estado fundado por militares; que el gobierno recurra a militares y blanquee la monarquía en vez de darnos confianza con profesionales y apelando a nuestras virtudes cívicas es lo que cabía esperar.
Creo que la guerra es una mala maestra, tanto para quien la gane como para que pierda; la única lección es el aprendizaje de la destrucción como un fin justificado en sí mismo. Pero el conocimiento de la muerte sí ilumina con su luz oscura la vida. Y de pronto el miedo de la muerte y su presencia cierta nos ronda de una manera fantasmal, ya que dentro de la burbuja de lenguaje que crean los medios de comunicación e internet todo es fantasmal, y empezamos a preguntarnos por el valor de las cosas, de las horas de nuestro tiempo, de las personas, de nuestra vida.
Las consecuencias para la economía y la sociedad son inevitables, caerán sectores enteros de la vida económica, con el consiguiente coste humano, y lo que tanto fue señalado como decadente o indecente -la sociedad de consumidores y la economía del crecimiento sin límite- se verá momentáneamente sometido a crisis. Momentáneamente. Es posible que durante un par de años se vuelva a hablar de valores tradicionales como la austeridad, la modestia y el valor de lo familiar, local y cercano. No es imposible que viajar a Cancún o en un crucero deje de ser obligatorio y que caminar gane prestigio.
Pero las lecciones posibles aprenden de manera comunitaria, y lo que da forma a las comunidades hoy es el estado. Así, aunque la pandemia se extiende por el mundo y que puede que Europa acabe teniendo cierta estrategia de conjunto, quien conformará la experiencia psicológica e ideológica que vivimos es este estado español. Este que aprovecha la crisis para lavar la cara a la monarquía, este que ha utilizado esta peste para reafirmar el estado jerárquico y militarizado con un "¡A por ellos!" que nos niega como personas adultas y libres y nos quiere cerrar en la sumisión ciega.
La mala gestión de la crisis de este gobierno tapa los destrozos en la sanidad y los servicios sociales que hizo anteriormente la derecha, pero tanto esta derecha que vive del vampirismo de lo público y común como esta izquierda española incapaz y atrapada en la defensa del statu quo, de esta corte que acapara todo el poder y se identifica con el Estado, han demostrado que esta España es inviable. Lo es económicamente, lo es políticamente, lo es administrativamente.
El estado centralizado es la rueda de molino al cuello de la población de este Estado y la condena a la insensatez y a no tener esperanza. Pedir sensatez, sentido práctico, que se acepte la realidad y que el gobierno y su entorno salgan de la pesadilla de la España borbónica es mucho pedir, pero hay que pedirlo. - Suso de Toro.
El estado centralizado es la rueda de molino al cuello de la población de este Estado y la condena a la insensatez y a no tener esperanza. Pedir sensatez, sentido práctico, que se acepte la realidad y que el gobierno y su entorno salgan de la pesadilla de la España borbónica es mucho pedir, pero hay que pedirlo. - Suso de Toro.
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