Sin exagerar demasiado ni ponerse demasiado literal, actualmente se podría decir de Michel Foucault lo que Nicolás de Cusa decía de Dios: que se lo puede encontrar en todas partes y en ninguna. Es difícil, por ejemplo, encontrar ningún intelectual de guardia que, a la hora de hacer su diagnóstico sobre la crisis del coronavirus, no se refiera, citando o sin citar su nombre, el concepto de sociedad disciplinaria que Foucault pone en circulación, en Vigilar y castigar (1975), una de sus obras más influyentes. Pero cada uno la hace ir a su manera y no se podría decir que en ninguno de los avatares de este concepto se encarna realmente la palabra foucaultiana.
Sin ir más lejos, hace cuatro días se publicó en estas mismas páginas un artículo de Byung-Chul Han que llevaba por título La pandemia y el retorno a la sociedad disciplinaria. A diferencia de otros filósofos contemporáneos, Han sostiene en sus obras que las sociedades occidentales de hoy en día ya no se corresponden con la sociedad disciplinaria que Foucault caracterizaba a partir del ejemplo que, aunque en los años setenta y desde finales del siglo XVIII, ofrecían espacios cerrados como las cárceles, las fábricas o las escuelas, sino que hay que pensarlas, a semejanza del modelo que presentan los gimnasios, las oficinas o el teletrabajo, como sociedades postdisciplinaria del rendimiento habitadas por individuos que, convertidos en su propia empresa, pretenden incrementar, de acuerdo con proyectos y practicando la autoexplotación, su capital humano. El hecho de que, según Han, las sociedades occidentales ya no sean lo que fueron, es evidentemente la condición de posibilidad del hipotético regreso a un pasado que todavía estaría presente en ciertas naciones del Extremo Oriente, de que se hablaba a el artículo.

Han se ha hecho célebre sacando jugo de la afirmación de que tanto la gubernamentalidad neoliberal como el panóptico digital contemporáneo, a diferencia del famoso panóptico arquitectónico que Bentham ideó para disciplinar las cárceles y que Foucault tomaba como paradigma del poder disciplinario, ya no pretenden controlar los sujetos que actúen contra su voluntad, sino, dando un paso más en la misma dirección, seducir las voluntades para s'autoesclavitzin y se controlen a sí mismas sintiéndose libres y creyendo ilusoriamente que empoderan. Pero, curiosamente, en el artículo publicado por La Vanguardia este filósofo alemán de origen coreano prefiere describir las sociedades occidentales no como sociedades neoliberales, sino como sociedades liberales que podrían desaparecer con la pandemia y sólo habla de neoliberalismo para apuntar que, "a pesar del neoliberalismo, los estados asiáticos siguen siendo, a diferencia de Occidente, una sociedad disciplinaria". Que, en este momento preciso, Han difumine una distinción tan significativa para cualquiera que piensa a la sombra de Foucault como la distinción entre liberalismo y neoliberalismo quizás se puede interpretar como una cautelosa opción estratégica que pretende no comprometer los recursos de una empresa intelectual en previsión de las posibles reorientaciones que podría requerir la crisis.

Paul-Michel Foucault nació el 15 de octubre de 1926 en Poitiers, Francia. Estudió en la Escuela Normal Superior de París donde se licenció en psicología. También realizó estudios doctorales en filosofía e historia. El autor desató controversia en todos los ámbitos institucionales que abordó en su obra: la psiquiatría, las prisiones, el sistema jurídico, la educación, las sexualidad infantil y las relaciones de poder.
Se enfrascó en míticos debates filosóficos sobre la condición humana. Uno de los más memorables ocurrió con el lingüista estadounidense y activista político, Noam Chomsky. Foucault escribió más de 30 libros. Entre los más destacados se encuentran Arqueología del saber, Las palabras y las cosas, Historia de la sexualidad, Vigilar y castigar y El nacimiento de la clínica.


1. No puede comprenderse nada del saber económico si no se sabe cómo se ejercía, en su cotidianeidad, el poder, y el poder económico.

2. El poder, lejos de estorbar al saber, lo produce.

3. A los movimientos populares se les ha presentado como producidos por el hambre, los impuestos, el desempleo; nunca como una lucha por el poder, como si las masas pudieran soñar con comer bien, pero no con ejercer el poder.

4. La historia de las luchas por el poder sigue estando casi totalmente oculta. El saber no entra en ello: eso no debe saberse.

5. El humanismo es todo aquello a través de lo cual se ha obstruido el deseo de poder en Occidente —prohibido querer el poder, excluida la posibilidad de tomarlo—.

6. La ‘psiquiatrización’ de la vida cotidiana, si se la examinase de cerca, revelaría posiblemente lo invisible del poder.

7. Meter a alguien en prisión, encerrarlo, privarle de comida, de calefacción, impedirle salir, hacer el amor… etcétera, ahí está la manifestación del poder más delirante que se pueda imaginar.

8. El poder se ha introducido en el cuerpo, se encuentra expuesto en el cuerpo mismo… Recuerde usted el pánico de las instituciones del cuerpo social (médicos, hombres políticos) con la idea de la unión libre o del aborto.

9. Si se quiere captar los mecanismos de poder en su complejidad y en detalle, no se puede uno limitar al análisis de los aparatos de Estado.

10. Nuestra dificultad para encontrar las formas de lucha adecuadas, ¿no proviene de que ignoramos todavía en qué consiste el poder?

 
       




       JOSEP MARIA RUIZ SIMON
lavanguardia.com/cultura


El análisis que Michel Foucault dejó hace más de 30 años y cómo sirve para interpretar la 'nueva normalidad' en la era poscoronavirus - un artículo del filósofo argentíno Edgardo Castro.