EL PLACER DE ESCRIBIR DE PIE


No he escrito nada sobre la muerte de Juan Marsé, en parte por qué no soy muy amigo de los obituarios, y también, porque al no haber leído nada de él poco tendría que decir. Esto no impide que estirando un poco de aquí un poco de alli podría hacer un poti poti amable con el escritor barcelonés, de aquellos de quedar bien y que no comprometen mucho. A mi padre si le gustaba y lo había leído, como le gustaba Candel a quien me aficionó, pero Marsé para mí no deja de ser un ilustre desconocido, aunque supongo conectaría con él si leyera sus novelas, lo que quizás debería hacer para reparar el daño causado con mi displicencia hacia él. Y no ha sido por el hecho de que escribiera en castellano, no soy nada fundamentalista en este sentido, al contrario, no hace tanto que leo en catalán, desde Sales y Inciera Gloria, y ya rozaba la cincuentena, y fue también gracias a mi padre que tenía un ejemplar de la novela de Sales. Màrius Carol le rindea Marsé en su artículo a la vanguardia un homenaje diferente, elegante, muy como es él, sobre la costumbre que tenía de escribir de pié.

"Por azares de la vida pasé un verano en ¡El espinita', el bar con terraza que tenían los Barral frente al mar en Calafell, al lado de casa, resultado de mi amistad con Danae, la hija del poeta. Si cierro los ojos fue ayer, pero esta imagen está archivada en mi memoria desde hace poco más de cuarenta años. Digo que estaba de vacaciones en un bar, porque allí pasábamos las horas, bebiendo cerveza y consumiendo alitas de pollo adobado. Nunca faltaba Juan Marsé, pero igualmente pasaban a menudo por allí Jorge Edwards, Eduardo Muñoz Suay, Bryce Echenique y tantos otros ilustres autores, que participaban en tertulias interminables en las que un joven periodista como yo intentaba absorber conocimientos con la misma facilidad que la cerveza. Carlos Barral, con un minúsculo taparrabos blanco y la gorra marinera de su barco Capitán Argüello, se paseaba abstraído por la arena y componía un poema: "Implacable, /crece deprisa un suburbio/de hoteles y terrazas donde estaba/la silla del recuerdo."

Precisamente el recuerdo, lastrado por el paso del tiempo, me atrapó cuando conocí la muete de Marsé. Por aquellos días escribía 'La muchacha de las bragas de oro' inspirándose en una de las sirenas varadas en Calafell. Entonces me confesó en casa del Arbós que su sueño era escribir de pié como Ernest Hemingway y que se iba a construir una mesa a su medida. ¿Por qué escribir de pié? "¿Por qué te hace estar en tensión, más concentrado, con los cinco sentidos atentos." Y seguramente por mitomanía. A él que le gustaba explicar aventuras como las de su infancia -en La espineta y en sus novelas- Hemingway le parecía el gran aventurero de épicas vividas, no necesariamente imaginadas.

Escribir de pie. Siempre he pensado sobre su sentido. No se trataba de renunciar a la máquina de escribir primero y en el ordenador después (Marsé tenía un Mac de penúltima generación). La idea era redactar a mano, con pluma, sobre una mesa a la altura del pecho. Así comenzaba la primera versión de sus relatos para que fuera más artesanal su trabajo, porque la lentitud de la estilográfica le permitiera pensar mejor el siguiente adjetivo. A finales del día, Hemingway incluso anotaba en una cuartilla en la pared las palabras que había escrito: 450, 915, 575. Después supe que no era una excentricidad copiada por Marsé: Charles Dickens, Vladimir Nabokov, Lewis Carroll , Virginia Woolf, Thomas Wolfe o Philip Roth escribían también sobre un pupitre alzado. Y aunque lo hace Eduardo Mendoza.

No sabía nada hasta leer el artículo de Carol del hecho de escribir de pié, pero si es cierto que hace un tiempo que me estoy planteando cambiar el ordenador de sitio y escribir de esa manera, no por nada sofisticado ni sustancial, si quizás porqué toda la tarde sentado hace que las piernas se quejen y las rodillas también; hay que tener en cuenta que estoy en una edad en la que el cuerpo comienza a quejarse si le maltratas, y es terco en su reivindicación.

Concluye Carol en su artículo: "No es fácil decir de Marsé algo que otras plumas más acreditadas hayan escrito. Pero guardo una definición que en una ocasión hizo el autor de 'Últimas tardes con Teresa' sobre su persona que me parece inmejorable: "No ha tenido mucho gusto en haberse conocido, hubiera querido pasar de largo de sí mismo, pero acepta resignado el saludo del espejo y la broma pesada de la vida". Todo un epitafio que no sé Màrius Carol, pero que uno suscribe punto por punto".

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