Se dice que todos tenemos un doble. Puede que sí, pero son escasísimas las posibilidades de que nos crucemos con el nuestro, aunque no imposible, pues se han producido a lo largo de la historia formidables casos. En un principio, no es mala cosa tener un socias, máxime si no eres consiente de su existencia. Otra cosa es el doppelgänger (literalmente, ‘el que camina a [tu] lado’, en alemán), que es un doble malvado que no necesariamente ha de parecerse físicamente a uno, porque suele tirar de la bilocación o desdoblamiento a distancia. Con éste si que hay que andar con mucho ojo.

Los concursos de dobles han servido para dar credibilidad a esa creencia popular de que todos tenemos un doble físico. Que si Ladi Di, John Travolta o Sharon Stone. Elvis cuenta con más dobles que días el año. Por razones de seguridad, algunos mandatarios, empezando por Churchill, Hitler, Stalin o Sadam Husein, contratan los servicios del suyo, pobre condenado. La obsesión enfermiza de Trump con Barack Obama llegó a tal extremo que contrató, en el 2012, a un actor negro con notable parecido con el presidente, ¡sólo para poderlo despedir tal como hacía a los concursantes en su infame programa de televisión!

En Hollywood malvive mogollón de personas que creen poseer un marcado parecido con una de las estrellas, como si esto fuera merecedor de algún reconocimiento o recompensa. Con suerte, llegan a hacer de especialista, sustituyendo al protaga en alguna escena peligrosa o mortalmente tediosa. Había un Clark Gable japonés que era idéntico en todo al galán americano, bigotito incluido, salvo por los ojos rasgados. El falso Graham Greene se codeaba con la jet set en Montecarlo, París, Jamaica, la India… A veces se esfumaba dejando sin pagar cuantiosas deudas y cuentas de hotel

Felipe González también contaba con un doble pero de tan sólo 1,22 m de estatura, en la persona de un actor parisino llamado Hervé Villechaize. En 1988, Victoria Prego (Javier Gurruchaga) entrevistó en el programa “Viaje con nosotros” al presidente González (el enano Villecaisze), que fumaba un gran puro y contestaba a las preguntas en francés. Se puede pillar en YouTube; no tiene desperdicio.

Cuenta Graham Greene en el epílogo de Vías de escape (1980), una suerte de autobiografía, que a lo largo de cincuenta años cruzaba una y otra vez en su vida un individuo que denomina el Otro, que era alguien que se hacía pasar por él y al que el autor de El tercer hombre buscaba infructuosamente por medio mundo. Casi no pasaba año sin que tuviera noticias del paso del Otro por los sitios más inverosímiles. Claro que cabía la posibilidad de que Graham Greene también era su nombre, si no fuera porque había suficientes motivos para creer que su verdadero nombre era John Skinner, aunque en ocasiones se hacía pasar por Meredith de Varg.

Se llamase cómo se llamase, el falso Graham Greene se codeaba con la jet set en Montecarlo, París, Jamaica, la India… A veces se esfumaba dejando sin pagar cuantiosas deudas y cuentas de hotel, pero cuyo pago se acabaría reclamando al auténtico Greene, que con fastidiosa frecuencia fue confundido con el Otro, que ya había llegado, conquistado y partido antes de su llegada. En una ocasión estando en Chile, después de almorzar el Greene fetén con el presidente Allende, “un diario derechista de Santiago anunció a sus lectores que el presidente había sido engañado por un impostor.”

Acaba el epílogo con esta reflexión: ‘¿No habría sido yo el impostor durante todo ese tiempo? ¿No sería yo el Otro? ¿Acaso yo era Skinner? ¿Y no sería asimismo posible que yo fuese Meredith de Varg?’

Veinte años antes, Borges había escrito en “Borges y yo”: ‘yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura’, sólo para concluir: ‘… mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro’. Pero dejemos la última palabra a Rimbaud: ‘Je est un autre’. - JOHN WILLIAM WILKINSON - lavanguardia.com