IO SONO, LA ESCULTURA INVISIBLE



💬El artista italiano Salvatore Garau ha conseguido vender el vacío por 15.000 euros (unos 18.300 dólares), presentándolo en una subasta como una escultura inmaterial. La obra de arte es completamente invisible (y cualquier persona está en su legítimo derecho de poner en duda su existencia), pero lo más sorprendente en esta historia probablemente son los requisitos impuestos por su creador. La escultura, que lleva el nombre 'Yo soy' ('Io sono', en italiano), debe colocarse en una casa particular, en una habitación especial libre de cualquier obstáculo y con dimensiones de unos 150 x 150 centímetros, reporta Il Giorno. La iluminación y el sistema del control del clima, aparentemente, no son imprescindibles, pues no se podrá ver nada en todo caso. 
Para quienes asumen que el artista los burló a todos, llevando el arte moderno a un nuevo nivel desde los tiempos de la banana pegada a la pared y valorada en 120.000 dólares, Garau tiene una respuesta contundente: no vendió un nada, vendió un vacío. "El vacío no es más que un espacio lleno de energía, y aunque lo vaciemos y no quede nada, según el principio de incertidumbre de Heisenberg, ese nada tiene un peso", argumentó Garau. "Por tanto, tiene energía que se condensa y se transforma en partículas, es decir, en nosotros", explicó. El asunto me recuerda a Dennis M. Hope, que facturó millones vendiendo terrenos en la Luna o Marte. O cuando antes, en el distrito, se decía de alguien fulero y fantasioso: “Este tiene mucha tierra en La Habana”. Y me dirán: ya en 1961 Piero Manzoni vendía botes, numerados y firmados, con sus propias heces como merda d’artista ; pero con un argumento sólido: una crítica al mercado. Eso era otra historia. Arte conceptual pero en serio. No existían las redes. Eran otros tiempos. Tiempos en que servidor vendía por la costa mediterránea unas botellitas vacías en las que se suponía que dentro habia: Aire de España, y se vendían. O Arte, la obra de teatro de la dramaturga francesa Yasmina Reza, estrenada en 1994. Ambientada en París, a finales de la década de 1980, Serge, un apasionado del arte moderno, adquiere por una cifra astronómica un extraño cuadro del maestro Antrios, consistente en una mera tela blanca. Sus amigos Yvan y Marc intentan hacerle comprender que sobre la tela no hay nada, pero Serge se obstina en percibir una obra maestra del arte abstracto, con líneas que cambian (las tramas de la tela). La discusión sobre el significado del arte pondrá en peligro la propia amistad entre los tres, que terminan dibujando sobre la tela. Finalmente la vuelven a limpiar, que quedará expuesta con orgullo en casa de Serge.

El arte contemporáneo está plagado de farsantes, en Catalunya tenemos unos cuantos, sin mencionarlos no sea que alguien se ofenda, aunque se sobreentienden. En su vertiente más frívola se está convirtiendo en algo parecido a un fondo de inversión, en la adquisición de un paquete de acciones de un producto de alto riesgo. Inmaterial como las criptomonedas. La pandemia ha precipitado en el mundo occidental un cambio de época y una convulsión en el uso, costumbres y vehículos de expresión. Y por lo que hace a la creación, es evidente su claro sometimiento al gigante digital. Y su consecuente claudicación ante la inmediatez de banalidades con presunciones artísticas. En el fondo la economía digital desprecia al artista e intenta dirigir su arte comprimiendo, además, el tiempo que los creadores necesitan para su proceso creativo, cada vez más efímero. Calentando el dañino triunfo de la mediocridad ¿Una crisis cultural? Un maridaje muy contemporáneo: cultura, dinero y poder. La era de los billonarios y la tecnología. Venta y reventa de algo que no existe. Esnobismo puro.

Descaradamente se busca la provocación fácil, la repercusión mediática y el permanente relumbrón en las redes. Advirtiendo que, aunque no lo parezca, hoy es más fácil escandalizar a la sociedad y llegar a ella. Escuchen la banalidad de los raperos i traperos, miren a artistas de ferias internacionales, esculturas y pinturas, montajes ingenuos con pretensiones de denuncia. Baratijas culturales para salir en el telediario. Pero a Garau, y no solo a él, habrá que agradecerle que haya sido capaz, de vender una escultura invisible, pero, sobre todo, haber puesto en evidencia la estupidez humana. ¿De estúpido a estúpido? No está nada mal. Digitalmente, eso sí. Garau pone en evidencia esta sociedad vacía, banal líquida de Baugmann. o del espectáculo de Debord. Los de 'el Mundo Today' hacen escarnio en un artículo en el que supuestamente Garau denuncia que le han robado su escultura invisible.



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