LA SOCIEDAD DIGITAL

 



Quién nos iba a decir que la cultura analógica quedaría desplazada por la digital sin la más mínima resistencia por nuestra parte. El nuevo horizonte de digitalización nos acerca a una realidad definida por los avances en inteligencia artificial, biología, robótica o la aceptación del post humanismo como respuesta a nuestros deseos infinitos de cambio. No se trata de advertir los peligros que puede llegar a producir la digitalización en la sociedad, que en muchos casos es positiva, sino de constatar el error que representa no tomar conciencia de que los seres humanos somos, ante todo, analógicos, aunque los más jóvenes se consideren ellos mismos nativos digitales, porquè aún no han descubierto el placer de ser un nativo analógico.

Mientras defendemos cualquier avance tecnológico nos vamos aproximando más a un ser digital. Modificando nuestra condición humana, nos olvidamos de que nuestra comprensión del mundo depende de la moral, de la política, la estética y la cultura. Es interesante observar esta paradoja. Mientras que el mundo avanza imparable hacia una sociedad digital, un gran número de personas prefiere el reloj de esfera, que señala la hora con las manecillas y no con dígitos, y eso que el reloj digital se deja leer siempre con precisión de segundos, aunque tiene dificultades en la calle si hay mucha luz. Pero el paisaje del tiempo, si es por la mañana o la tarde, si es demasiado pronto o demasiado tarde, se entiende mejor a partir de la posición de una manecilla de reloj de esfera. Sucede como con los colores; no es igual la luz del sol a las 7 de la mañana que a las 4 de la tarde.

Pero la historia avanza muy ràpido, demasiado quizás, en tecnología, lo que es nuevo hoy, es ya obsoleto mañana. Esta promesa de un mundo digital sin límites choca en muchas ocasiones con lo que sentimos como humanos y que percibimos poder llegar a perder. El derecho a lo analógico responde a la movilización de muchos ciudadanos contra la dictadura de los algoritmos, la dependencia ciega de las redes sociales, el rechazo a admitir que solo podemos llegar a la plenitud siendo hombres artefactos, controlados con test de ADN, huellas digitales del cerebro, detección del calor corporal o el reconocimiento virtual a través del iris. Recuerdo la escena final de Farenheit 451º de Truffaut, con aquellos hombres y mujeres aprendiéndose de memoria cada uno de ell@s una novela, para preservarla, para mantenerla viva en el tiempo, ante un Poder que quemaba los libros. Ojo también con los malditos códigos QR de los que abomina hoy Monzó en su artículo de la vanguardia.

El mundo digital no quema los libros, pero los guarda dentro de una Tablet aséptica, y nos quita el placer de coger un libro, de olerlo, de hacer anotaciones en sus páginas, de leerlo pausadamente. Es la misma diferencia que hay entre escuchar música de un vinilo o un CD. La sociedad digital como un libro en la Tablet, es cada vez más fría y aséptica.

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