Decía el otro día Pablo Casado que habían de inculcar a los afganos los valores europeos, y no es el único, se suele decir a menudo cuando hay incidentes en países del tercer mundo o del medio o lejano oriente. No deja de ser curiosa esta afirmación que demuestra la ignorancia del dirigente popular, él cita valores europeos porque lo ha leído en algún lugar o alguien le ha comentado que lo diga, pero lo que no sabe y debería saber, es que los valores europeos son una gran mentira.
Como es sabido, los europeos atesoramos grandes valores. Ante civilizaciones malvadas, o fracasadas, o ignoradas, los europeos hemos construido la nuestra basándonos en valores humanísticos, que se han traducido en nuestros tiempos en una defensa acérrima de los derechos humanos a nivel universal, y en la cooperación y la acuerdo por encima de la dominación y el conflicto. La nuestra, es sabido, es una tradición que tiene sus raíces en la Grecia clásica y llega a nuestros días no ya incólume, sino mejorando en cada salto cualitativo de los muchos que hemos dado hasta la fecha. Pero, parece que algo falla en el relato que supone que los europeos tenemos unos valores superiores. Sobre todo si contemplamos la indiferencia de los poderes públicos y privados ante el drama que se desarrolla cotidianamente en la Gran Fosa mediterránea o cuánto la guerra de los Balcanes, o actualmente con la guerra en Afganistán. Miles y miles de muertos nos recuerdan con su silencio que los valores hay que demostrarles, y que los gobernantes europeos son, simplemente, impávidos guardianes de cementerio, gélidos bloques de hielo bien alimentados, que temen quizás el vociferante de parte del pueblo europeo , aterrado este a su vez que la "invasión" de foráneos pueda acabar subvirtiendo sus "valores" y su forma de vivir. ¡Ah, la cristiandad se siente amenazada!. Qué tontería.
Retrocedamos en el tiempo. No mucho, porque en la Edad Media la norma -y moralmente justificado, incluso para las diversas religiones- era la conquista, es decir, liquidar a alguien -o esclavizarnos lo- para robar sus posesiones, por miserables que éstas fueran. No, dejemos esta época oscura y viajamos a la luz: la Revolución Francesa. Igualdad, libertad, fraternidad... bellas palabras que recorrieron Europa. Pero que duraron poco: Napoleón, el dictador ilustrado, acabó con ellas en un santiamén, imponiendo los nuevos valores a tuberías por toda Europa. Ya se sabe: para algunos, la guerra es el mejor método para ganar la paz. Y la fraternidad no es buena para los negocios.
Y casi empalmando en el tiempo, los cultos y educados europeos, supuestamente orgullosos de sus valores, descubrimos que quedaba todavía mucho mundo que conquistar, y nos dimos a ello con entusiasmo. Los ibéricos seguimos explotando las colonias. Los tensados británicos se hicieron con la India, además de participar en el reparto de África, un reparto que incluso tuvo un momento pintoresco: cuando el rey Leopoldo de Bélgica se adjudicó el Congo a título personal, como si fuera una pequeña finca en las afueras de Bruselas. No hubo genocidio (que sí los hubo en la conquista del Oeste estadounidense) porque hacía falta mano de obra autóctona para cavar en las minas. Por cierto, la esclavitud persistió en América (y en España y sus colonias) hasta la segunda mitad del siglo XIX. ¿Dónde estaban en aquel tiempo estos valores que nos confieren superioridad moral frente a otros pueblos?
Además, con el paso del tiempo no parece que las cosas vayan a mejorar: aquí está la primera guerra mundial, con las masas europeas marchando alegres al frente, a matarse entre ellos, tal vez creyendo cada uno en sus valores, dejando al menos 10 millones de muertos y más de 20 millones de heridos. Y, en nombre de valores europeos (arios, según Hitler) los nazis inventaron las cámaras de gas para exterminar como insectos molestos a judíos europeos, comunistas y gitanos, y provocaron una nueva guerra que dejó entre 60 y 70 millones de muertos. Aquí, en España, además de embarcarnos en una sangrienta guerra civil, tenemos el deshonor de ser el segundo país del mundo -después Camboya- en número de desaparecidos. Y no podemos olvidar el racismo en Occidente, presente durante tantos años, siglo XX incluido, en Estados Unidos y Sudáfrica, y latente en muchos otros países.
Está claro que los tiempos han cambiado, y ahora mismo los europeos -y incluyo aquí a los estadounidenses, estos hijos de la cultura europea- proclamamos en voz alta nuestra defensa de la paz y los derechos humanos. Somos pacíficos, tolerantes, comprensivos. Contribuimos, quien más, quien menos, a sostener a alguna ONG. ¡Ah, sí, nosotros somos diferentes! ¡Diferentes! Por ello destruimos Irak, bombardeamos Serbia, arrasamos Libia y ahora mismo casi hemos conseguido la extinción de los afganos. Un éxito tras otro.
Europa es actualmente un viejo balneario decadente, inoperante, gobernada por carcamales, incapaces de dar solución a los múltiples problemas internos y externos que tiene, quizás deberían volver a raptarla, a ver si así se rehacía. En definitiva, y para terminar, quisiera dejar claro que los valores europeos son una gran mentira, una farsa que por más que sea repetida no cuaja, mientras, los cadáveres de inocentes siguen alfombrando la mar o sembrando tierras lejanas, sin que nadie ponga fin a este asesinato colectivo ni se haga responsable.
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