Me gustaría ser el perro de un perro, que fuera él quien me sacara a pasear. Tomo prestado el deseo de la canción de Rigoberta Bandini después de leer el anteproyecto de ley para el bienestar animal que fija la obligación de superar un curso de formación acreditado para la tenencia de un can.
La medida es de gran coherencia con el signo de los tiempos. Dado que cada vez son más los que prefieren los chuchos a los niños –ahí están las estadísticas de tenencia de animales domésticos y las de natalidad para demostrarlo– había que encontrar el modo de exigir que esa paternidad ejercida sobre la prole de cuatro patas fuere responsable y diligente. Toca dar la bienvenida al carnet de superpapi y supermami perrunos y reclamar, a partir de ya mismo, que también se aplique a los humanos, al menos hasta que dejen de procrear definitivamente.

Referida la anécdota que ha cautivado la atención mediática tras la presentación del texto, vayamos a lo serio. Por resumirlo en una frase: el anteproyecto de ley es el sueño de un burócrata urbano y misántropo. Por partes. El texto rezuma burofilia por los cuatro costados. Lleva aparejada la creación de un consejo estatal, un observatorio estatal, un fondo estatal, un sistema estatal de registros, un sistema nacional de inhabilitaciones y dos planes nacionales. Eso en lo que atañe al Gobierno de España, que deberá ser correspondido con un despliegue autonómico que esté a la altura del envite. Pero el sueño del burócrata nunca alcanza el zenit en el apartado de cargas para la administración. El clímax solo llega cuando consigue convertirse en una pesadilla para el ciudadano. Y en este apartado la futura norma alcanza cotas de excelencia jamás observadas. Por poner un ejemplo –de las decenas que hay en el anteproyecto–, convierte la edad y condiciones de jubilación (este es el término que usa, aunque en honor a la verdad hay que decir que no cita pensiones para perros, bueyes o caballos) de los animales destinados al trabajo en una carga de revisiones y certificados equivalentes a una ITV anual. No hace falta decir que al igual que toda arquitectura burocrática de nueva construcción generará un negocio, lo que equivale a decir que el ciudadano va a tener que rascarse mucho más su ya malogrado bolsillo.

Es un texto eminentemente urbano. Menosprecia los usos y costumbres del entorno rural y campestre. Tanto en lo referente a los animales domésticos como a los que se utilizan para laborar. Exige a los cazadores –no a los de elefantes del no volverá a ocurrir, sino a los que ayudan a mantener el equilibrio de nuestros ecosistemas– obligaciones para con sus perros de difícil o imposible cumplimiento. Lo mismo sucede con otras exigencias. La esterilización obligada o la prohibición de facilitar la procreación, reservada solo a quienes ostenten la condición oficial de criadores, es un atropello en entornos donde esta práctica no solo es necesaria, sino que además es la más conveniente o la única posible desde el punto de vista económico. La ley tiene el tufo del asfalto. Se ha escrito con la mirada puesta en el animal considerado como un capricho de Navidad. Olvida, en el fondo, al animal sujeto a la necesidad del hombre y como tal puesto, mantenido y criado a su servicio. Y sí, pongámonos la venda antes de la he­rida, esta es una afirmación antropocéntrica y especista. No vamos a disimularlo.

Es, por último, un texto misántropo que desprende una desconfianza indisimulable hacia el ser humano, al que convierte en sospechoso de maltrato animal si se le deja campar a sus anchas. Naturalmente existen argumentos –la realidad nos provee, por desgracia, muchos casos de maltrato– que pueden llevar a mucha gente a esta conclusión. Pero no justifican el corsé legislativo que quiere imponerse y el grado de casuística que el anteproyecto amenaza con desplegar en forma de reglamento una vez la ley esté aprobada, y que va mucho más allá de lo que sería razonable para garantizar el trato correcto a los animales. Es un texto culpabilizador de la condición humana, como vienen siéndolo tantos otros. Coherente también con el proyecto de construcción del hombre nuevo, ese sí puro, intachable y merecedor de todos los elogios, con el que sueñan ciertos gobernantes y colectivos.

Me gustaría ser el perro de un perro. Sin embargo soy humano y me he quedado aquí encerrado, escribiendo artículos sin parar. Qué mala es la futura ley y qué buena la Bandini. - Josep Martí Blanch - lavanguardia.com