LA ESTUPIDEZ Y LA PANDEMIA



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 El domingo por la mañana di un paseo por el centro de Sabadell. Me sorprendió ver a mucha gente sin mascarilla por la calle. Me encontré un primo de Nuri sin la mascarilla, se lo comenté. No es todavía obligatorio -me dijo-, o sea que no es que pasara del tema, es que no estaba informado. No me sorprende, con tanta información se llega a un punto de saturación que desinforma.
Ese tiempo de confusión es ideal para los negacionistas y los conspiranoicos, que sacan pecho: las vacunas sólo sirven para hacernos adictos, afirman. Y uno ya no pierde el tiempo al recordarles: gracias a las vacunas, la mortalidad es mucho menor. Pero ellos insisten: si la mortalidad es baja, ¿por qué nos vuelven a imponer mascarillas y restricciones? Y uno finalmente les contesta que es por que todavía hay un tanto por ciento de personas que reaccionan negativamente al virus, y sobre todo porque demasiados negacionistas que no se han vacunado.
Dejar que la gente haga vida normal y que se aceleren los contactos a la manera de Johnson al principio de la pandemia en busca de la inmunidad de grupo sería tanto como abandonar a una parte de la población; sería tanto como aceptar que dejemos morir unos cuantos para que otros puedan vivir al máximo. Y seguramente sería la mejor solución, muertos aparte, unos muertos que a Johnson le importan un bledo, al igual que a nuestros Gobernantes. Al fin y al cabo, el sistema actual causa la muerte a mucha gente de asistencia primaria que no puede ser atendida por la saturación de los espacios sanitarios por víctimas de la Covid.
La pandemia de 1918 duró unos dos años, fueron muchas las circunstancias que favorecieron su emergencia y el gran número de muertes entre los soldados que fueron reclutados. Según algunos autores, el grado de patogenicidad del virus podría haberse potenciado debido al efecto mutagénico de los gases venenosos empleados masivamente a lo largo de la Gran Guerra. Pero también es cierto que cien años atrás no existía la movilidad que hay ahora a nivel global. Cuánta gente nacía, vivía y moría en su pueblo o muy esporádicamente lo hacía dos o tres veces a lo largo de su vida. No había turismo, ni cientos de aviones volando por todo el planeta rebosantes de los nuevos pescadores con chancletas. Resumiendo, con el ómicron, acabaremos a la manera de Johnson, todos infectados y salvos quien pueda.
Cómo narraba Camus en La peste: Cuando estalla una guerra, la gente se dice: "Esto no puede durar, es demasiado estúpido". Y sin duda una guerra es evidentemente demasiado estúpida, pero esto no impide que dure. La estupidez insiste siempre, se daría cuenta si uno no pensara siempre en sí mismo. Nuestros conciudadanos, en este sentido, eran como todos; pensaban en sí mismos; dicho de otro modo, eran humanidad: no creían en las plagas. La plaga no está hecha a la medida del hombre, por tanto el hombre se dice que la plaga es irreal, es un mal sueño que debe pasar.
Lo peor de la epidemia no es la mortalidad, sino las almas que desnuda, un espectáculo que es más horroroso que la propia pandemia; pero esta frase por muy acertada que sea, no es de la Peste, ni de Camus.

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