Los condenados a muerte pueden decidir libremente si quieren que les sirvan las alubias dulces o saladas en su ultima comida. Porque su suerte ya esta echada. - Gunther Anders - la obsolescencia del hombre.
También nosotros podemos decidir libremente si queremos que nos sirvan nuestro hoy como la explosión de una bomba o como una carrera de bobsleigh. Porque ya ha entrado en nosotros, quienes tomamos esta libre resolución, porque ya se ha decidido sobre nuestra libre elección. En efecto, ya está decidido que nosotros debemos tomar la resolución como consumidores de radio o televisión: es decir, como seres, que estamos condenados a contentarnos con fantasmas del mundo en vez de experimentar el mundo y que apenas deseamos otra cosa, incluidas otras formas de libertad de elección, o quizás ya no podemos imaginarlas. Al final, uno tiene la libertad de apagar su aparato, incluso de no comprar ninguno y de dedicarse al mundo "real" y sólo a éste. Y precisamente porque se ha dispuesto de los que, a modo de huelguistas, se abstienen no menos que de los consumidores: que tomen o no parte, nosotros participamos, porque se nos hace coparticipes. Hagamos o dejemos de hacer, vivimos ya dentro de esta humanidad, para la que ya no vale el “mundo” y la experiencia del mundo, sino sólo el fantasma del mundo y el consumo de fantasmas: al respecto nuestra "huelga privada" , nuestra abstención nada cambia: esta humanidad es ya el mundo que nos rodea, con el que debemos contar y no es posible hacer huelga contra él. Pero también el llamado "mundo real", el de los acontecimientos, ha cambiado asimismo mediante el hecho de su conversión en fantasma, ya que está tan profundamente organizado que transcurre de modo acorde a sí mismo. Y esto ocurre en cuanto a todos los grupos en cualquier sociedad de intereses, en cualquier sistema social, en el círculo de cualquier filosofía política, cuando uno se arroga la libertad de alegar un argumento sobre los "degradantes efectos" de éste o aquel aparato, se gana automáticamente la reputación de ridículo saboteador de las máquinas y automáticamente se condena a una muerte intelectual, social o publicitaria. No es, pues, sorprendente que el miedo a este descredito automatico paralice la lengua de la mayoría de criticos y que una critica de la tecnica se haya convertido hoy en una cuestion de coraje civil. Al fin y al cabo (piensa el crítico) no me puedo permitir que cualquiera se me diga que soy el único en caer tragado en las ruedas de la historia universal, el único obsoleto y, hasta donde llega la vista, el único reaccionario. Y así mantiene la boca cerrada. Ha perdido y lo sabe.
2 Comentarios
Me aterra que todo esté dejado en manos de los mercados.
ResponderEliminarSaludos.
De los mercados y de los algoritmos. No somos nada ni pintamos nada.
EliminarSaludos.