La tecnología debe servir para progresar y ser inclusiva. En los bancos, después de un proceso de integración, cierre de oficinas y digitalización acelerada, parece que han olvidado ese principio esencial en un negocio dedicado a custodiar el dinero de la gente. Ha tenido que dar el paso el médico jubilado Carlos San Juan, que se siente olvidado y excluido, como muchos de sus coetáneos que quieren realizar cualquier sencilla gestión financiera, para despertar conciencias. O ¿quizás nadie entiende que una persona mayor se angustie cuando para algo tan simple como sacar dinero se ve obligado a pedir ayuda?

«Tengo 78 años y me siento apartado por los bancos [...] Se han olvidado de las personas mayores como yo», asegura el promotor de esta iniciativa que ha logrado ya más de 340.000 firmas a través de Change.org, dirigiendo en los bancos y en el Banco de España, el supervisor del sistema. Por ahora ha recogido el testigo la vicepresidenta y ministra de Economía, Nadia Calviño, que reunió el jueves de urgencia a las tres patronales bancarias (AEB, CECA y UNACC) y les dio un mes para tomar medidas para la inclusión financiera de los grandes.

Esperamos que este movimiento no sean sólo fuegos artificiales como cuando criticó los salarios de los directivos de la banca en pleno auge de los despidos masivos en el sector ¿Y el Banco de España? ¿No tiene nada que decir aparte de publicar algunos estudios que constatan este proceso? No sólo estamos frente a la exclusión masiva de un porcentaje creciente de la población, sino también ante la desertización bancaria en muchas zonas rurales o menos pobladas.

Como todo negocio, los bancos deben adaptarse a las necesidades de todos sus clientes. Compatibilizar eficiencia y buen servicio. No es ser demagógico o maniqueo defender que el promotor de la campaña 'Soy viejo, no idiota' tiene mucha razón y que hay que atender su petición. En esencia, sólo persigue poder valerse por sí mismo –¿Quién no?–, porque quizá sea viejo (mejor, mayor), pero hay que evitar que se sienta excluido. Claro que esta generación ha tenido tiempo más que suficiente para prepararse digitalmente, y no quedarse en analfabetos digitales. Servidor en 1970 ya trabajaba con ordenadores, primitivos, pero ordenadores, significa que el conocimiento digital estaba ahí y ha estado durante estos más de cincuenta años al alcance de todos, incluido Carlos San Juan. No somos los de mi generación nativos digitales, pero tampoco analfabetos digitales.

Dicho esto, como comentaba Monzó hace unos días, que en el diccionario existe una palabra interesante: cártel. Viene del inglés cartel, que a su vez viene del alemán Kartell, preso del italiano cartello, que significa "etiqueta, tarjeta" y que deriva del latín charta, "papel". Pues bien, dejando de lado toda esta etimología divulgativa, un cartel es un "acuerdo limitado entre varias empresas, que, a pesar de conservar su independencia técnica, económica y financiera, deciden pactar con el fin de evitar o disminuir la competencia mutua ". Si ahora concursara a Un, dos, tres... responda otra vez y Mayra Gómez Kemp me pidiera nombres de cárteles, los primeros que me vendrían a la cabeza serían el de Cali y el de Medellín, y después ya vendría el bancario. Pero ésta es otra historia, como la historia de recordar que con dinero público se rescataron a los Bancos y Cajas por 101.500 millones de euros, un dinero que no ha devuelto, por cierto.