INOCENCIA IRRECUPERABLE


La sociedad moderna que, hasta 1968, iba de éxito en éxito, y estaba convencida de que era amada, a partir de entonces ha tenido que renunciar a esos sueños; prefiere ser temible. Sabe perfectamente que "su aire de inocencia es irrecuperable". 

De las redes de promoción-control se resbala insensiblemente a las de vigilancia-desinformación. En otras épocas se conspiraba siempre contra un orden establecido. Hoy en día conspirar a favor es un nuevo oficio de gran futuro. Bajo la dominación espectacular, se conspira para mantenerla y para asegurar lo que sólo ella podrá denominar su buena marcha. Esta conspiración forma parte de su propio funcionamiento.
Ya se han comenzado a preparar algunos medios de una especie de guerra civil preventiva, adaptados a diferentes proyecciones del futuro calculado. Se trata de "organizaciones específicas" encargadas de intervenir sobre algunos puntos según las necesidades de lo espectacular integrado. Para la peor de las eventualidades se ha previsto una táctica llamada en broma "de las Tres Culturas", en recuerdo de una plaza de México en el verano de 1968, pero esta vez sin ponerse los guantes y, por otra parte, de aplicación anterior al día de la revuelta. Y al margen de casos tan extremos, como buen medio de gobierno no se necesita sino que el asesinato inexplicado afecte a muchas personas o se dé con frecuencia: el solo hecho de que se sepa que existe esa posibilidad, complica rápidamente los cálculos en una gran cantidad de terrenos. Ya no hace falta que sea inteligentemente selectivo, ad hominem. La utilización del procedimiento de manera puramente aleatoria sería quizá más productiva.
Estamos también en situación de componer los fragmentos de una crítica social de categoría, que ya no será confiada a los universitarios o a los mediáticos —a quienes en adelante vale más mantener alejados de las mentiras demasiado tradicionales en este debate— sino que será una crítica mejor, lanzada y explotada de forma nueva, dirigida por otra clase de profesionales mejor formados. Empiezan a aparecer, de manera bastante confidencial, textos lúcidos, anónimos o firmados por desconocidos —táctica por otra parte facilitada por la concentración de los conocimientos de todos sobre los bufones del espectáculo que ha hecho que los desconocidos parezcan, precisamente, los más apreciables—, no solamente sobre temas que jamás se abordan en el espectáculo sino aun con argumentos cuya exactitud es más sorprendente por la clase de originalidad, calculable, proveniente del hecho de no ser en definitiva nunca empleados, por más evidentes que sean. Esta práctica puede servir al menos como primer grado de iniciación para reclutar espíritus un poco despiertos a los que más tarde, si parecen convenientes, se les avanzará una nueva dosis de la posible continuación. Y lo que para algunos será el primer paso de una carrera, para otros —peor clasificados— será el primer grado de la trampa en la que se les cogerá.
En algunos casos, y en relación con temas que podrían llegar a ser candentes, se trata de crear otra pseudo opinión crítica; y entre las dos opiniones que surgirían de este modo, una y otra ajenas a las mendicantes convenciones espectaculares, el juicio ingenuo podrá oscilar indefinidamente y la discusión para sopesarlo se relanzará siempre que convenga. Con más frecuencia se trata de un discurso general sobre lo que está mediáticamente escondido; ese discurso podrá ser muy crítico y en algunos puntos manifiestamente inteligente, pero manteniéndose curiosamente desenfocado.
Los temas y las palabras han sido seleccionados de manera artificial, con ayuda de ordenadores informados en pensamiento crítico. En esos textos se encuentran algunas carencias poco evidentes pero sin embargo destacables: el punto de fuga de la perspectiva se halla siempre anormalmente ausente. Se parecen al facsímil de un arma famosa a la que sólo le falta el percutor.
Se trata necesariamente de una crítica lateral que ve muchas cosas con mucha libertad y precisión, pero colocándose de lado. Y ello no porque simule imparcialidad, pues, por el contrario, necesita aparentar que es muy reprobatoria, pero sin sentir jamás la necesidad de mostrar cuál es su causa;
decir, aunque sea implícitamente, de dónde viene y hacia dónde querría ir.
A esa especie de falsa crítica contra periodística puede añadirse la práctica organizada del rumor, del que se sabe que en su origen es una especie de tributo salvaje de la información espectacular, puesto que todo el mundo percibe en él, al menos vagamente, el carácter engañoso y la poca confianza que merece. El rumor ha sido originariamente supersticioso, ingenuo, auto intoxicado.
Pero en épocas más recientes, la vigilancia ha empezado a colocar entre la población a personas susceptibles de lanzar, a la primera señal, los rumores que puedan convenir. Aquí se ha decidido poner en práctica las observaciones de una teoría formulada hace casi treinta años, y cuyo origen se encuentra en la sociología americana de la publicidad: la teoría de los individuos a los que se ha dado el nombre de "locomotoras", es decir que otros a su alrededor van a verse arrastrados a seguirlos e imitarlos; pero esta vez pasando de lo espontáneo a lo ensayado. En el presente también se ha librado a los medios presupuestarios, o extrapresupuestarios, de la obligación de atender a muchos suplementos; frente a los precedentes especialistas, universitarios y mediáticos, sociólogos o policías, del pasado reciente. Creer que aún se aplican mecánicamente algunos conocidos modelos del pasado es tan engañoso como la ignorancia general de antaño. "Roma ya no está en Roma" y la Mafia ya no es el hampa. Y los servicios de vigilancia y desinformación se parecen tan poco al trabajo de los policías y confidentes de otras épocas —por ejemplo a los rocines y espías del Segundo Imperio— como los servicios especiales actuales en todo el país se parecen a las actividades de los oficiales de la Segunda Oficina del Estado Mayor del Ejército en 1914.
Desde que el arte ha muerto se ha vuelto extremadamente fácil disfrazar a los policías de artistas. Cuando las últimas imitaciones de un neodadaísmo resucitado tienen autoridad para pontificar gloriosamente en los medios de comunicación y por tanto también para modificar un poco la decoración de los palacios oficiales, como los locos de los reyes de pacotilla, puede verse cómo, simultáneamente, se garantiza una cobertura cultural a todos los agentes o similares, de las redes de influencia del Estado. Se abren pseudomuseos vacíos o pseudocentros de investigación sobre la obra completa de un personaje inexistente tan rápido como se construye la reputación de periodistas-policías o de historiadores-policías, o de novelistas-policías. Arthur Cravan sin duda veía acercarse este mundo cuando en Maintenant escribía: "En la calle pronto no se verán más que artistas, y se pasarán todas las fatigas del mundo para descubrir un hombre". Tal es el sentido moderno de una antigua ocurrencia de los granujas de París: "¡Hola, artistas! Tanto peor si me equivoco."
Llegadas las cosas a este punto, puede verse a algunos autores colectivos empleados por los más modernos medios de edición, es decir, por aquellos que tienen la mejor difusión comercial. Puesto que la autenticidad de sus seudónimos no está asegurada más que por los diarios, se los traspasan, colaboran, se reemplazan, ajustan nuevos cerebros artificiales. Se encargan de expresar el estilo de vida y de pensamiento de la época no en virtud de su personalidad, sino según las órdenes. Quienes creen que son verdaderamente creadores literarios individuales, independientes, pueden llegar a asegurar sabiamente que ahora Ducasse se ha enfadado con el conde de Lautréamont, que Dumas no es Macquet y, sobre todo, que no hay que confundir a Erckmann con Chatrian; que Censier y Daubenton ya no se hablan. Sería mejor decir que esta clase de autores modernos ha querido seguir a Rimbaud, al menos en aquello de que "yo es otro".
Los servicios secretos eran llamados por toda la historia de la sociedad espectacular a desempeñar el papel de eje central; ya que en ellos se concentran, en su mayor grado, las características y los medios de ejecución de una sociedad similar. Son también los encargados de arbitrar los intereses generales de esa sociedad, aunque bajo su modesto título de "servicios". No se trata de abuso puesto que ellos expresan fielmente las costumbres ordinarias del siglo del espectáculo. Y es así como vigilantes y vigilados huyen sobre un océano sin orillas. El espectáculo ha hecho triunfar el secreto y deberá permanecer para siempre en manos de los especialistas del secreto, que, desde luego, no son funcionarios que vienen a independizarse a diferentes niveles del control del Estado; que no son todos funcionarios.

GUY DEBORD - (fragmento)
La sociedad del espectáculo 

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