Como ocurre siempre que gana el Madrid, un gentío se concentra en una plaza de una de las ciudades más independentistas de Catalunya, bautizada con el nombre de Països Catalans. Ignoro por qué eligieron los madridistas tal punto de encuentro, si por sentido de la ironía o porque el cuartel de la Guardia Civil está muy cerca. Las concentraciones del Madrid en Catalunya son el envés de las del Barça. Se oyen gritos de “¡Viva España!” y también “¡Yo soy español, español, español!”. Este año hay menos gente, quizá porque es ya medianoche. Quizá porque los madridistas están saciados de victoria (¡14 copas de Europa!). O quizá porque la policía municipal ha cerrado el paso a la avenida que desemboca en la plaza. Es la misma policía que favoreció durante meses el bloqueo de esta avenida por parte de un grupito de independentistas, al estilo de lo que ha ocurrido en la Meridiana de Barcelona.

La vanidad de aquel grupito de exaltados protegidos por el Ayuntamiento era muy representativa del procés. Vanidad: llamarlo supremacismo es trivializar un concepto cuyo eco histórico es muy trágico. Los independentistas se atrevían a cortar las calles en hora punta porque estaban encantados de haberse conocido. Atrapados en el espejo del narcisismo. Ahora aquella vanidad palidece. No sé si han aprendido que el narcisismo en política es más absurdo que en la vida corriente. Mientras, enamorados de sus fantasías políticas, se contemplaban en el espejo, el Estado, impávido, desplegaba sus estructuras de poder, que no son precisamente nuevas, pues empezaron a formarse en tiempos del cardenal Cisneros.

La vanidad que exhibía el independentismo de los mejores años del procés conecta, como es sabido, con la vanidad del entorno ideológico del Barça que, desde los años de Cruyff, está convencido de haber reinventado el fútbol. Ciertamente, con Cruyff y, sobre todo, con Guardiola y Messi, el Barça desplegó unas triunfales temporadas de un juego como de billar (aunque no abrumador, pues la cosecha de Champions fue escasa). Ahora bien: esa táctica de la posesión envejeció. Es obsoleta. Ni los mejores jugadores pudieron hacerla resucitar. La colección de derrotas que ha acumulado el famoso ADN del Barça en los últimos años es humillante y mortificadora. Son muchas, ya, las temporadas en que el Barça, además de perdedor, es aburrido, previsible y pegajoso como un chicle gastado.

Constatada tal demostración de impotencia, en cualquier otro equipo (o empresa) habrían cambiado de estrategia o de estilo. En el Barça, no. Ahora tenemos un entrenador sin experiencia que teoriza sobre el juego de posición. Es típico del manierismo utilizar palabras y hacer discursos que nadie comprende. Se supone que los jugadores son buenos (¿si no, por qué los fichan?), pero resulta que no saben jugar al juego de posición. Cualquier entrenador bueno se adaptaría a los futbolistas que tiene, se centraría en los más jóvenes y sentaría las bases del futuro. Pero Xavi solo ha sabido hacer con el Barça lo que yo hacía de pequeño con los chicles muy masticados: les añadía un poco de azúcar, que se fundía en un instante mientras regresaba el penoso sabor de la goma gastada.

¿A qué juega el Madrid? No se sabe: ellos solo quieren ganar. ¿Cuál es el libro de estilo de Carlo Ancelotti? No se sabe. Nadie ha utilizado nunca la palabra arte para referirse a su trabajo. Le basta con el récord de Champions ganadas por un entrenador. ¡De arte y estilo que hablen Xavi y Guardiola!

¡VANITAS VANITATIS' - Antoni Puigverd - lavanguardia.com