Cada vez que pasamos por delante de algún monumento retratable, o al sentarnos en la terraza de un bar o en la playa, siempre hay alguien enfocándonos con su móvil o una cámara. Saldremos en segundo plano, figurantes en imágenes que tal vez se revisen al acabar las vacaciones desde algún lugar lejano. Quizá la persona que nos retrató se fije en nosotros, allá al fondo, o quizá no, inmortalizados junto a protagonistas desconocidos que comen helado o se hacen una selfie, o brindan o toman el sol. Se trata de una inmortalidad no buscada que depende puramente del azar de estar en el sitio concreto cuando alguien saca la foto.
Joyce reconocía que escribió Ulysses para conseguir la inmortalidad, igual que Bolaño 2.666. Pero este concepto, en la era digital ha cambiado, la inmortalidad está al alcance de cualquiera, una parte de nosotros siempre se nos escapa, en fotos ajenas, en instantes capturados. Lo de inmortalizar adquiere un nuevo sentido con los fantasmas digitales. Si recorres las calles de tu pueblo con la aplicación de Google, puedes ver tu casa y a algun vecino charlando con la vecina, o sentados tomando el fresco en la acera, o yendo al mercado a comprar. Las congeló para siempre el coche de Google, que, como las redes sociales, tiempo después genera recuerdos inesperados.
Esta inmortalidad en cierto modo es ficticia, porqué en la imagen, en el fondo de la imagen aparece una imagen borrosa de alguien para quien eres un absoluto desconocido. Se trataría de una inmortalidad relativa, fantasmagórica. Es mejor escribir una buena novela, o llevar a cabo algun otro tipo de acción artístico/cultural para con un poco de suerte conseguir esta inmortalidad que solo desean en el fondo uno pocos. Al fin y al cabo, morirse es ser olvidado, a la corta o a larga, pero finalmente olvidado. Además si uno no puede disfrutar de su inmortalidad, de que le sirve. La vanidad tiene un tope hasta en eso.
Tanto que me gusta hacer fotos de paisajes o de la naturaleza en general, en cambio, detesto (de hecho tengo muy pocas) que me hagan fotos o hacer yo a los demás, a menos que sean desconocidos que me pueden interesar desde punto de vista puramente artístico. Siempre que me veo en una foto pienso que tiene el problema de que por un lado es provisional, pero por el otro perdurará en el tiempo, por lo tanto no deja de ser una imprudencia o una ligereza dejarse retratar, pues la visión posterior francamente suele ser deprimente.
Recuerdo haber hecho una foto a una niña a Ourika (Marruecos) y la guía me dijo que no se podían hacer fotos a la gente sin su permiso, pues les robabas el alma, no sé si se quedó conmigo o es cierto. De hecho, si alguna vez hago una fotografía a alguna persona que me interesa como la del señor de la foto de arriba, siempre pido permiso, posiblemente influenciado por el caso de Ourika, o, simplemente porque entiendo que al retratar a una persona es cierto que le robas su intimidad del momento, del instante. Ya expliqué hace tiempo, que no me gustaban las viejas fotografías, y sigo pensando lo mismo,
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