¿SEGURO?


 

Me pregunto a donde han ido a parar las buenas intenciones del confinamiento? Cuando salíamos solidarios al balcón a aplaudir a los sanitarios, nos preocupábamos por nuestros vecinos mayores y nos decíamos convencidos que de esta saldríamos mucho mejores, ¿Qué se ha hecho de aquellos buenos propósitos? Antes del coronavirus, todo giraba en torno al deseo individual, de ahí que las formas de ética colectiva  pasaran a ser consideradas de estricta dimensión personal. Los placeres consumibles eran percibidos como la única fuente de felicidad individual y, por lo tanto, como alternativa amoral a las visiones éticas de la existencia. Pero la pandemia cortó de un hachazo estas fuentes de placer. Y para rescatar a los individuos del riesgo del vacío, aparecieron unas intenciones moralistas que, a manera de consuelo, nos ayudaron a pasar la larga temporada de restricciones. Pero una vez desaparecida la pandemia, hemos regresado al desmadre, al hedonismo desenfrenado.

En las condiciones de la economía, con una inflación galopante y la delicada situación mundial, la fiesta es un consuelo, ciertamente: pero también una manera de quemar las naves. ¿Adónde iremos, si los precarios cimientos de nuestras sociedades se rompen por la nueva crisis económica que nos amenaza?  Por eso estamos consumiendo desaforadamente en un carpe diem de manual ¿Qué haremos ante una nueva crisis? No lo sabemos ni nos importa, ya improvisaremos cuando llegue la próxima crisis, si llega. Y ya saldremos de ella como salimos de la pandemia, mas unidos, mas fuertes, más libres. ¿Seguro?

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