Tanto sobresalto informativo y alarma social están llevando a pensar a muchos individuos cómo recuperar el aburrimiento para perderse en actividades sin propósito y exigencia. Si volvemos nuestra mirada a la infancia, muchos recordarán que aquellas interminables tardes de domingo en las que uno quedaba a merced de los bostezos eran el preámbulo de un breve letargo apacible que servía para coger fuerzas para afrontar una nueva semana en la escuela.
¿Qué está ocurriendo en las sociedades modernas para que los momentos de distracción, divagación o ensimismarse se estén perdiendo? ¿Cómo es posible que expresiones como “estar pensando en las musarañas” ya no se puedan dar? Recordemos que “estar pensando en las musarañas” subraya que alguien está absorto en pensamientos y haciendo elucubraciones que no llevan a ningún lugar y que son de poca importancia. Sin embargo, estos pensamientos etéreos, sin peso para aquel que los elabora, le permiten llegar muy lejos porque, por unos minutos o incluso unas horas, los pensamientos revolotean en la mente sin propósito alguno. Tomar conciencia de que es necesario volver a ejercitarse en el extraño arte de distraerse en cosas fútiles e inútiles es imprescindible para no acabar como un buey intentando arar el mundo, él solo.
En catalán tenemos una palabra: "badar" que en castellano se podría traducir como estar distraído o absorto en sus pensamientos, dejarse llevar por un estado de encantamiento sin darse cuenta de lo que ocurre alrededor.
Mirar un buen rato a cientos de hormigas llevar las provisiones de comida al hormiguero, sin otro propósito que dejarse fascinar por los movimientos de estas criaturas, no nos convierte en una cigarra ociosa y perezosa; sin embargo, muchas personas pensarían que están perdiendo el tiempo o entrando en una fase de ociosidad peligrosa. Cada vez más personas se encuentran con la incapacidad de saber desconectar y dejarse ir a la deriva por un breve instante. La razón de esta incapacidad para aburrirse debemos buscarla en que cada vez tenemos menos tiempo libre para poder hacerlo. El uso que damos al tiempo en la actualidad se asemeja a la velocidad con la que se desplaza una liebre asustada que salta en todas las direcciones sin saber muchas veces de qué está huyendo. Incluso en las vacaciones, cuando la suma del sol, el calor, el hipnotizador sonido de las chicharras y el suave oleaje del mar debería hacer flaquear toda resistencia a dejarse llevar, ya no es posible hacerlo porque en cualquier lugar del mundo al que escapemos se nos posibilita seguir estando conectados con las actividades que habíamos dejado atrás.
El aburrimiento empieza a ser un gran desconocido en nuestras sociedades; sigue siendo juzgado porque aparta a los hombres de la lucha diaria, porque se asocia a la pereza, a la indolencia o a la despreocupación. Incluso se llega a asociar el aburrimiento con un estado de depresión o tristeza. Hemos asociado la utilidad a todo aquello que podemos cuantificar, del que podemos extraer datos y sacar conclusiones, mientras que asociamos el aburrimiento a desaprovechar el tiempo, a dejar pasar las horas, a un estado de distracción del que no podemos sacar ningún beneficio. Y no es así, no todo el mundo es capaz de aburrirse, el tedio exige una predisposición personal, tener imaginación, no es fácil saber aburrirse, y os lo dice uno que ya nació aburrido, y continúa igual setenta y siete años después. El aburrimiento no deja de ser una de las características de una vida razonable y cómoda, por eso hay una cierta tendencia a distraerse con todo aquello que signifique salirse de las reglas del juego, de un juego que últimamente se ha complicado mucho.
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