En septiembre de 1979, la periodista Oriana Fallaci viajó a Irán para entrevistar al ayatolá Jomeini, líder de la revolución islamista que derribó al sah de Persia, un sátrapa. La reportera tuvo que aguardar diez días a que el clérigo barbudo se dignara recibirla, y accedió a vestirse para el encuentro con el chador, la túnica que cubre el cuerpo femenino de la cabeza a los pies, dejando tan sólo al descubierto el óvalo facial. Descalza, sentada sobre una alfombra, Fallaci, como una mosca cojonera, empezó a acribillarle a preguntas, la mayoría referidas a la situación de la mujer bajo su régimen.

La gente luchó por el Islam. Y el Islam significa todo, incluso lo que en su mundo se llama libertad y democracia. Sí, el Islam lo contiene todo, el Islam lo abarca todo, el Islam lo es todo". - Ruhollah Jomeini.

La periodista lo narraba en este artículo en el Corriere della Sera...

Por favor, imán. Aún tengo muchas cosas por preguntarle. Sobre este chador, por ejemplo, que impone a las mujeres y que me ponen por venir a Qom. ¿Por qué les obliga a esconderse bajo una pieza tan incómoda y absurda, bajo una sábana con la que no puedes moverte, ni siquiera soplarte la nariz? Aprendí que incluso aquellas pobres chicas deben llevar chador para bañarse. ¿Pero cómo nadan con el chador? Y entonces los ojos terribles que hasta ese momento me habían ignorado como objeto que no merece curiosidad alguna, se levantaron sobre mí. Y me arrojaron una mirada mucho más mala que la que me había traspasado al principio. Y la voz que se había mantenido tenue durante todo ese tiempo, casi el eco de un susurro, se hizo sonora. Sonante. "Nada de eso le debe preocupar. Nuestras costumbres no hablan de vosotros, los occidentales. Si no le gusta la túnica islámica, no debe llevarla. El chador es para mujeres jóvenes y respetables". Pensé que lo había entendido mal, pero lo entendí perfectamente. “Dijo: si no te gusta la túnica islámica, no debes ponértela. El chador es para mujeres jóvenes y respetables”. Entonces se rió. Una vieja carcajada de cacleta. Y Ahmed rió. Bani Sadr rió. Los sucios barbudos se rieron uno a uno: jadeando felices, groseros. Y fue peor que entregarme a Khalkhali porque sufrido los tormentos y las humillaciones y los insultos que me habían herido por entonces salieron a la superficie para enredarse en un nudo que lo incluía todo: la cerveza negada, el drama de la peluquería, el camino. de la cruz de la Virgen buscando con San José un hotel, un establo donde parir, hasta el bastardo del mullah que me obligaba a firmar un matrimonio caduco. Y el nudo me ahogó con una rabia sorda, hinchada por la indignación. “Gracias, señor Jomeini. Es usted muy educado, un verdadero señor. Le voy a satisfacer al momento. Me quitaré inmediatamente ese estúpido trapo medieval. Y con un hombro, solté el chador y se derrumbó en el suelo quedando como un parche obsceno de negro. Lo que ocurrió después me queda en la memoria como la sombra de un gato que antes se había dormido roncando y de repente salta hacia delante para devorar un ratón. Se levantó con un golpe tan rápido, tan repentino, que por un momento pensé que me había golpeado una ráfaga de viento. Entonces, con un salto igualmente felino, saltó por encima del chador y desapareció.

Comento esta entrevista por dos motivos, el primero es que a dia de hoy seria imposible celebrarla, y el segundo, constatar el poco interés que ha suscitado en occidente el asesinato de Mahsa Amini, que ha logrado galvanizar a miles de iraníes a través del dolor y la empatía con protestas por todo Irán, sobre todo mujeres. Y no es igual manifestarse en Irán que en Madrid.