La civilización que está surgiendo de la revolución digital será artificial. Se asentará sobre una infraestructura de sistemas de inteligencia artificial (IA) que resultará imprescindible para gestionar la complejidad y amplitud de la información que producirá la infoesfera, como soporte de la nueva prosperidad del siglo XXI. Esta última se obtendrá del uso intensivo de tecnologías exponenciales en un entorno masivo de plataformas. Circunstancias que transformarán definitivamente los conceptos de capital y trabajo. El primero, porque pasará de ser una propiedad privada basada en activos financieros a otra fundada en algoritmos.
Estos factores nos conducen hacia una experiencia civilizatoria desconocida hasta ahora. No solo porque afectará al sentido de la acción humana, tal y como fue descrita por Hannah Arendt cuando estudiaba la revolución científica y sus consecuencias para la configuración de la modernidad, sino porque incidirá en los procesos de toma de decisiones y en los mecanismos de responsabilidad social que acompañarán estos últimos.
Un fenómeno extraordinario de cambios que supera los que nos precedieron. Hasta el punto de dejar atrás de forma definitiva lo que Arendt describió como la condición del Homo faber, para adentrarnos en una mutación ontológica de nosotros mismos que nos conduce hacia una condición humana artificial. La automatización de la especie provoca una diferencia civilizatoria tan sustancial como la vivida con el salto que nos llevó de la edad de piedra a la edad de los metales. Ahora, el salto será un clic que nos introducirá en una edad artificial, caracterizada por niveles de complejidad que solo gestionaremos sobre los hombros de máquinas.
Este esfuerzo de resituación humana no solo habrá de incidir en nuestra educación sentimental. También habrá de hacerse en la orientación de nuestras capacidades intelectuales y creativas dentro de una civilización automatizada. Primero, no siendo una pieza disfuncional dentro de ella. Y segundo, creando la supervisión sistémica que nos permita, parafraseando a Newton, ver más lejos que los gigantes de IA sobre los que tendremos que trabajar.
Fue Heidegger quien describió el tránsito del paleolítico al neolítico como una migración tecnológica que modificó nuestra percepción del mundo y la relación que manteníamos con este. Un fenómeno de cambio que ahora palidece ante nuestra convivencia habitual con máquinas, muchas basadas en IA, y que nos atribuyen capacidades profesionales y domésticas que afectan a experiencias tan esenciales para la condición humana como trabajar, crear, movernos, disfrutar del ocio o conocer. En todas nos han aumentado y han hecho que lleguemos más lejos de lo que era posible antes de tenerlas disponibles.
¿Qué se desprenderá de ello? Lo desconocemos todavía, aunque hemos de tener presente la advertencia que hacía Stephen Hawking de que la IA es potencialmente nuestro peor error. ¿Por qué? Porque si afrontamos su desarrollo sin identificar los paraqués y los propósitos que justifican su impulso, corremos el riesgo de dirigir nuestros pasos hacia horizontes civilizatorios que pueden llevarnos a situaciones que lesionen la dignidad humana. Algo que puede producirse si la IA transfigura, como está haciendo, nuestros modos de vivir y pensar sin el acompañamiento de un propósito que dé coherencia explicativa y ética a lo que nos sucederá como consecuencia de ello.
¿Podemos seguir investigando e innovando sobre la IA sin atribuirle rasgos amigables? Lo plantea Eliezer Yudkowsky al destacar la necesidad de su desarrollo guiada por la búsqueda de efectos positivos para el ser humano. Desgraciadamente sucede lo contrario. Lo demuestran Estados Unidos y China con sus programas de investigación en IA. Casi todos van orientados a maximizar su poder como facilitador de la inteligencia humana en sus dimensiones más prácticas y utilitarias, incluyendo las que se relacionan con la famosa frase de Clausewitz de que la guerra es la continuación de la política por otros medios. Con informacion de José Maria Lassalle en la vanguardia
En el fondo, este artículo se podía haber publicado al inicio de la segunda revolución industrial de finales del siglo xix a mediados del siglo xx. Los síntomas son los mismos y los efectos supongo que a medio plazo lo serán también. Además, este cambio no afecta por igual a todas las generaciones, acaba y casi empieza en los boomers y los baby boom., A partir de ahí tendrán muy fácil la adaptación como nativos digitales que son. No dramatizar y adaptarse cuanto antes a la nueva situación, parece lo más razonable, ya que sabemos que no podemos llevar a cabo la revolución pendiente,
No hay comentarios:
Publicar un comentario