SOÑAR

Si la extrema derecha invoca un gran despertar (The Great Awakening), no queda otra que parar el ritmo productivo para volver a soñar - Bernardo Gutiérrez.

La iniciativa Awake Giants Brasil afirma tener un objetivo: cuestionar a “marcas que aceptan y apoyan la censura de los dormilones (dorminhocos en portugués)”. Awake Giants Brasil, literalmente “despierta a gigantes”, nació para contrarrestar a Sleeping Giants, que se esfuerza en desmonetizar a marcas que vehiculan su publicidad en medios con fake news. La versión brasileña de Sleeping Giants cortó las alas a cientos de webs y perfiles de YouTube de extrema derecha que recibían publicidad de marcas. Tras el estruendoso éxito de sus campañas, muchas voces del bolsonarismo radical enmudecieron al quedarse sin publicidad.  

Frente a la iniciativa que “adormece a gigantes”, nada como “despertar a gigantes”. Awake Giants Brasil nació creando una atmósfera de confusión: imitó el logo de Sleeping Giants y se autodefinió como la verdadera plataforma contra las fake news. El awakening invocado por la extrema derecha estadounidense y the great awakening del grupo conspiracionista Qanon encajaron a la perfección en un Brasil que llevaba años en el marco del despertar. Jair Bolsonaro recuperó en 2018 la frase “o gigante acordou” (“el gigante despertó”, nacida en las protestas de junio de 2013) y usó “o gigante acordou para nunca mais adormecer” en su campaña de 2022. El gigante despertó para no dormir nunca jamás. El gigante está despierto. El gigante despierto –el país, la patria– está activo y vigilante. Awake Giants Brasil remite simultáneamente al país gigante que despertó tras años de “tiranía izquierdista” (Brasil tras catorce años de gobiernos del Partido dos Trabalhadores, PT) y al etéreo great awakening anglosajón que cocina una revuelta contra las élites liberales que supuestamente controlan el mundo. 

El mundo académico y periodístico suelen analizar el awakening como un bizarro cruce de mesianismo y negacionismos varios. Sin embargo, el universo que emerge de la literalidad lingüística del acordar-awake-despertar se deja de lado. El uso de la palabra “dormilones” por parte de Awake Giants Brasil forma parte de una narrativa mayor: muchos seguidores de Trump o Bolsonaro se presentan como ciudadanos despiertos y activos, personas que vigilan y defienden una realidad pragmática que se contrapone al mundo onírico y fantasioso de las izquierdas. Su narrativa velada: el gigante despierto –la gente, la patria recobrada– machacará cualquier futuro utópico de los dormilones izquierdistas. 

Soñar, parar. SOÑAR en mayúsculas. Letras negras sobre una fachada blanca. La palabra “soñar” a tamaño gigante, emergiendo en un barrio industrial de Bilbao, entre una ría y vías de tren, en medio de edificios de ladrillos. La intervención del artista Spy –que se mantiene en el anonimato a pesar de su fama internacional– resignifica un paisaje industrial. Desde muchos rincones del barrio bilbaíno se vislumbra el soñar, intervención y verbo, pintura y acción. Incrustar un SOÑAR mayúsculo en la ciudad insinúa caminos, rumbos, futuros. Soñares minúsculos, cotidianos, apropiables. El soñar, sacado de su vertiente onírica, proyectado hacia el día a día, también saca a flote formas de vida, presentes posibles. El colectivo artístico indio RAQS, que investiga hace décadas el “campo de batalla del tiempo”, defiende que el soñar también tiene que ver con recuperar el tiempo que el sistema productivo nos roba. “Dormir es una parte importante de vivir, de pensar y de soñar. En los últimos 150 años hay una lucha entre la necesidad de elegir cómo uno vive el sueño y la vigilia. En el mundo actual parece haber un incremento de los ataques a este periodo de sueño, de reposo o de descanso”, asegura Shuddhabrata Sengupta, uno de los fundadores de RAQS.

Soñar está vinculado al tiempo reproductivo. Al dormir, pero también al descansar. Al cuidar. Al hacer con otros. A “perder el tiempo”. A la vida que aflora cuando se interrumpe la producción capitalista y/o neoliberal. Precisamente esa intuición, entre otras cosas, llevó al filósofo Jacques Rancière a escribir La noche de los proletarios, una investigación sobre el tiempo libre de la clase obrera del siglo XIX. ¿Qué hacen los obreros por las noches cuando no trabajan pero todavía no duermen? Organizar cineclubs, recitales de poesía, charlas, asambleas, cenas colectivas, fiestas. El subtítulo del libro, “Archivos del sueño obrero”, dibuja ese tiempo otro en el que la vida es sueño. Y los proletarios, “secretamente enamorados de lo inútil” en palabras de Rancière, dueños repentinos de la vida colectiva del tiempo, recuperan un presente que apunta hacia otro futuro. 

La extrema derecha, sobre el magma del neoliberalismo, extiende el discurso del tiempo único ad infinitum. Un tiempo productivo que desemboca en un futuro único. Un futuro que, en un mundo postpandémico, parece despojado de utopías. El great awakening, el gigante bolsonarista que no volvió a dormirse o la “España viva” de Vox son múltiples caras del mismo tiempo: un flujo temporal lineal y unívoco, irreversible y de dirección única. 

Soñar juntos. La obra de teatro The Night, visionando una sociedad postcapitalista mientras dormimos, del colectivo danés Hello Earth, explora la dimensión colectiva del sueño. “La noche es un campo de pruebas para visionar cosas que no son visibles de día. En nuestra cultura, soñar se ve como algo psicológico o individual. En otras culturas hay una aproximación colectiva al soñar”, me contaba hace tiempo Eduardo Bonito, una de las personas involucradas en The Night. La obra, que se llegó a representar en Pamplona, pretendía despertar la conciencia que reina en la oscuridad para imaginar otro sistema y otra forma de organizarse. Durante la noche, el equipo de The Night prepara té, coordina bailes y rituales de meditación. Para la madrugada, están a disposición diversos “servicios de sueños”: los participantes pueden unirse a un colectivo intergaláctico en el pasillo o al “equipo sherpa” (vela por el sueño del resto). También pueden hacer “ejercicios del astronauta” (movimientos suaves en estado de duermevela). Por la mañana, los facilitadores mantienen la atmósfera frágil del sueño. En pequeños grupos, comparten sus sueños, sus visiones, sus mundos otros. Soñar es también un proceso colectivo. 

Si la extrema derecha propugna ciudadanos despiertos, activos, productivos, realistas y vigilantes, el resto de sensibilidades político-sociales-existenciales deberíamos regalarles una reacción sorpresa. No vale la pena responder a la tropa del awakening con una competición energético vitalista, que produce inevitablemente un revés de ansiedad y estrés. A la prole de los despiertos, a quienes incentivan semanas laborales 7/7 y jornadas 24/24, a los que pronuncian “la vida no me da” con cierto orgullo, a los que se atiborran de complejos energéticos para hacer muchas cosas a costa de agotar a su propio cuerpo, a los del tiempo productivo, mejor responderles con una buena dosis de letargo. Soñar también es parar, ralentizar, espaciar, desacelerar. Si el despertar es el mantra de los ultras del mundo productivo, hagamos de la somnolencia nuestra gran revolución.  Sabadell:31.3.2023

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