Un caso tan extraño como inquietante. L'editor francès Ernest Moret, de 28 años y responsable de derechos en el extranjero de la editorial de izquierdas 'La Fabrique', fue detenido el lunes 17 de abril por la noche en la estación londinense de Saint Pancras. El representante del exitoso escritor de ciencia ficción Alain Damasio viajaba a Londres para participar en la Feria del Libro, donde tenía previstos varios encuentros profesionales. Tras someterlo a un estricto interrogatorio en el control fronterizo en París, la policía británica le arrestó al llegar a la capital recurriendo a la legislación antiterrorista. ¿El motivo? Un misterio.
“Desconocemos los motivos de su arresto”, explica a CTXT su abogada Marie Dosé, que no pudo acompañarle a los interrogatorios hasta el martes. "Todas las preguntas que le hicieron trataban exclusivamente sobre problemáticas francesas, como la reforma de las pensiones, el presidente Emmanuel Macron, las manifestaciones…", añade esta letrada que ha participado en numerosos casos con una dimensión política. Pese a su liberación el 18 de abril por la tarde, Ernest tendrá que volver a comparecer ante jueces británicos en mayo. Debido a la legislación antiterrorista, "podrían incriminarlo por haberse negado a dar las contraseñas de su ordenador portátil y del teléfono móvil", explica Dosé.
De hecho, la policía británica le requisó el teléfono y el ordenador. Esta incautación de objetos que “contienen elementos sobre la vida privada y profesional me parece muy preocupante”, afirma la abogada. "Es la primera vez que se detiene en Reino Unido a través de la legislación antiterrorista el responsable de derechos en el extranjero de una editorial francesa", recuerda este arresto, que ha generado preocupación y estupefacción a la izquierda francesa, británica y de otros países europeos.
¿Qué motivó el arresto de Ernest por parte de la policía fronteriza en Londres? En Francia, muchos temen que se debió a una petición de las fuerzas de seguridad galas. “Este caso nos lleva a pensar en una preocupante colaboración entre las autoridades británicas y las francesas. Representa un ataque del Estado francés contra una editorial con un catálogo y una política editorial que se inscriben en el pensamiento crítico y en la oposición a las políticas gubernamentales”, denunciaron un colectivo de editores en las páginas del diario digital Mediapart.
“Creemos que es una detención arbitraria por generar miedo e insinuar que nos están vigilando. Pero no se debe a ningún delito en concreto”, sostiene Simón Vázquez, al frente de la editorial Verso Libros, que colabora con La Fabrique. “Ernesto hacía mucho tiempo que no había estado en Reino Unido y no tenía ninguna causa abierta allí”, recuerda este editor catalán, que viajó expresamente a Londres para ayudar a sus compañeros de La Fabrique. Fundada en 1998 por el escritor Éric Hazan, esta editorial independiente es conocida por sus ensayos de izquierdas. Publica las obras de prestigiosos intelectuales como el filósofo Jacques Rancière, el economista Frédéric Lordon, el sociólogo Éric Fassin (colaborador habitual de CTXT), así como la politóloga Françoise Vergès o la historiadora Sophie Wahnich.
En su catálogo también aparece el activista sueco Andreas Malm, cercano al colectivo Soulèvements de la Terre (Sublevación de la Tierra). El Gobierno francés amenaza con la ilegalización de este movimiento, tras las protestas contra un gran embalse de agua en Sainte-Soline (suroeste), en el que hubo disturbios y una dura respuesta policial. La policía arrojó más de 4.000 granadas y dejó a dos manifestantes en coma. Uno sigue entre la vida y la muerte, un mes después de haber sido ingresado.
Macron prohíbe incluso las caceroladas.
"Me opongo a ceder al terrorismo intelectual de extrema izquierda que consiste en invertir los valores: los agitadores se convierten en los agredidos y los policías a los agresores", aseguró a principios de abril el ministro del Interior, Gérald Darmanin. Las declaraciones sin medida de este ex delfín del conservador Nicolas Sarkozy, dispuesto a cualquier tipo de exceso para que le nombren primer ministro, resultan habituales en la esfera pública gala. Pero al hablar de terrorismo intelectual llevó a un nivel más que preocupante la demonización de la izquierda por parte del macronismo, lo que contribuye a la normalización de la ultraderecha.
Como ya ocurrió con la revuelta de los chalecos amarillos, los abusos policiales se han multiplicado durante la ola de protestas contra la subida de la edad mínima de jubilación de 62 a 64 años (con ello se requieren 43 años cotizados para recibir una pensión completa). Un hombre estático que recibió un puñetazo en la cara, jóvenes que denunciaron tocamientos sexuales por parte de agentes, una manifestante que perdió un dedo en Rouen a causa de una granada policial, un sindicalista de la SNCF ha quedado sin un ojo, militantes de la CGT que detuvieron por circular cerca del Elíseo con una camioneta con pancartas contrarias a la reforma… Es larga la lista de ejemplos de este tipo durante un período en el que la inflexibilidad de Macron abocó a Francia a “su crisis democrática más grave desde la guerra de Argelia”, según el historiador moderado Pierre Rosanvallon.
La represión llegó esta semana hasta el absurdo. Ante la multiplicación de las caceroladas, un prefecto (equivalente del delegado del gobierno) prohibió el jueves los “dispositivos portables sonoros”. Por tanto, los policías se dedicaron a requisar las cazuelas de los manifestantes que se acercaron al pueblo de Ganges (sureste), donde el presidente visitó un instituto protegido por un amplio dispositivo policial. Ante el ridículo de la situación y las críticas generadas, el Gobierno responsabilizó a los antidisturbios de haber hecho una interpretación demasiado estricta del decreto.
Esta requisación de cazuelas resulta esperpéntica, pero preocupante al haberse ejecutado gracias a una decisión de la jefatura basada en varias leyes antiterroristas. Macron parece dispuesto a todo, o casi todo, para imponer su reforma y demonizar a los manifestantes. Una deriva cada vez más autoritaria y violenta que, si en lugar de Francia, ocurriera en Hungría o Venezuela, generaría una condena unánime.
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