LEER O NO LEER

Cuando iba a la escuela, me gustaban los libros de texto. Eran todo un mundo de sensaciones por descubrir, y sobre todo no había televisión ni ordenadores o móviles, que les suplieran. Recuerdo que en clase, un alumno leía un libro al resto de compañeros, en mi caso eran novelas de James Oliver Curwood, o Jules Verne. No sé si eran las novelas más adecuadas para nosotros, pero nos gustaban y cogimos afición a la lectura. Ya más mayorcito, desayunaba cada día en la tras tienda de Siso el panadero, leyendo novelas 'del Oeste' de Fidel Prado, Silver Kane, Marcial Lafuente Estefania, o Zane Grey. No era alta literatura, lo sé, pero cumplía su función de captar a aficionados a leer, y Zane Grey era de otro nivel. Pero pasó el tiempo, y con la llegada de las nuevas tecnologías, las aulas se llenaron de pantallas en las que los alumnos se sumergían con una facilidad prodigiosa. Europa optó por enseñar a través de los ordenadores, y esto nos fue muy útil en el pleno de la pandemia, por ejemplo, cuando la enseñanza online nos salvaba del aislamiento y la incomunicación.
Suecia fue pionera en el uso de la tecnología en las aulas. Interactuar y participar en las clases parecía más sencillo con ordenadores. Estaban hartos de los libros de texto, siempre con las mismas explicaciones, idénticas fotografías y ejercicios. Era hora de introducir las pantallas en la educación, intentar conseguir un ritmo más actualizado a las necesidades de cada alumno. Pero a medida que se introducían las pantallas se iban retirando los libros. No sólo los de texto, sino todos los libros. ¿Por qué? La pantalla abría un universo de posibilidades de enseñanza pero también de ocio. Los alumnos dependían de las pantallas. Las vidas reales fueron sustituidas por las vidas de las tecnologías: juegos, avatares, whatsapp, fotografías y redes. Queríamos aumentar la creatividad y la capacidad de razonamiento de los alumnos, el aprendizaje transversal e interdisciplinar, pero no supimos. Les empequeñecimos el pensamiento.
Ahora, el Gobierno sueco ha decidido dar marcha atrás porque el nivel de lectoescritura de los alumnos ha realizado un descenso en caída libre desde el año 2016 hasta la fecha. Los resultados del informe Pirls sobre comprensión lectora han sido muy malos. En España, los índices lectores son menores que en Suecia. Es evidente que la culpa no es de la tecnología, sino de cómo la utilizamos. ¿Quién ha dicho que las pantallas y libros son incompatibles? Leer es la actividad más placentera y enriquecedora del mundo, pero la tecnología puede ser un magnífico instrumento de aprendizaje.
No se trata de reducir el conocimiento del mundo y las relaciones con los demás en una pantalla. Suecia fue pionera en la digitalización y ahora rectifica. ¡Bienvenidos los libros a las aulas ya la vida! Sin embargo, no hace falta caer en el simplismo: la tecnología forma parte de nuestro mundo y lo mejora, si sabemos utilizarla. No vivimos un dilema entre tecnología y libros. No se trata de elegir una opción y eliminar otra de nuestro mapa de posibilidades. La opción es diferente: ¿aprendemos a amar los libros y hacer que los jóvenes se entusiasmen por leerlos? Si sabemos hacerlo, saldremos ganando. En Suecia parece que han escogido el camino correcto. La pregunta es: ¿Lo conseguirán?, o ya es demasiado tarde.

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