Anoche no vi el debate entre Sánchez y Feijóo, por higiene mental, algo de pereza, por vergüenza ajena, y porque si no juega el Barca, el menda lerenda, o sea, servidor de ustedes, se va en el sobre a las 10 de la noche, en esa hora en la que el pez del día ya está todo vendido y sólo queda esperar a otro día igual de monótono y aburrido como el anterior, a ver si ocurre algo.
Por lo que dicen los medios, se ve que ganó Feijóo, aunque parecía que Sánchez debía barrerle, (no contaban sus asesores en que Feijóo es gallego). Pero de hecho, esto no tiene ninguna importancia de cara a los resultados del 23-J. No sé quién ganó, pero si sé quién perdió, y fuimos los ciudadanos, la democracia y sobre todo la inteligencia. Reflexiona sobre el tema, el 'letrado Melero' en este kafkiano artículo a la vanguardia que comparto al cien por cien.
"El otro día al despertarme noté que algo extraño había ocurrido. Así como el protagonista de La metamorfosis de Kafka mutó en un insecto, yo me había convertido en sanchista durante el sueño. Primero pensé que se debía a una intoxicación causada por la gira extenuante de Sánchez por cuantos medios de comunicación se le pusieran a tiro, pero no podía ser por eso: esas entrevistas eran más tediosas que la segunda parte de Avatar y también me encontraba a Feijóo hasta en la sopa sin experimentar la menor transfiguración, por mucho que el aspirante no dejara de mencionar a uno de mis músicos favoritos, el gran Brus Esprínter.
Y no es que experimentara una súbita revelación sobre sus cualidades. Ciertamente, Sánchez habla un inglés fluido y los trajes no le sientan como a un espantapájaros, pero esas gracias –aunque escasas en la política española actual– no justificaban mi conversión. Como no lo hacían sus eruditas disquisiciones sobre las diferencias entre mentir y cambiar de opinión. A fin de cuentas, siempre he creído que la sinceridad es una virtud muy sobrevalorada y que, como decía Oscar Wilde, si alguien dice la verdad, es seguro que tarde o temprano será descubierto.
Tampoco creo que fuera por miedo a la coalición de las derechas. Como ustedes comprenderán, no es muy fácil asustar a alguien que vivió la primera parte de su juventud bajo los gobiernos de Arias Navarro y con Fraga como ministro del Interior. Las derechas locales, en comparación, parecen más bien un tigre de papel y la política polarizada en bloques, de la que Sánchez es corresponsable, se parece demasiado a la de las barras bravas en el fútbol. Y ya saben que las hinchadas son antideportivas por definición porque incitan a despreciar al adversario, lo que, desde la campaña electoral del dóberman, resulta un tanto tóxico.
Así que, después de mucho pensarlo, llegué a la conclusión de que me levanté sanchista por puro hartazgo del antisanchismo. Porque supongo que les debe de ocurrir algo parecido y también ustedes están rodeados de gente que detesta a Pedro Sánchez.
Algunos –hay que decir que los menos pelmazos– se limitan a ponerlo por escrito en sus columnas o lo divulgan en sus programas y tertulias. Otros, mucho más molestos, se recrean en la sobremesa y te amargan la cena; los peores reenvían memes del perrosanche y el txapote y acabas por darte de baja del grupo. En todo caso, habrán visto que no solo son votantes de Vox o del PP, ni esos nuevos thatcheristas que no son más que anarquistas de clase media. El odio a Sánchez es transversal, persistente en el tiempo y plurinacional, como el Estado de las autonomías.
Llegué a la conclusión de que me desperté sanchista por puro hartazgo del antisanchismo.
Por estos lares, tanto da que se trate de independentistas como de unionistas. Para los primeros, la tirria contra Sánchez viene de serie y no se trata de nada personal: solo son negocios. Por mucho que se prodigue con indultos y desinflamaciones, Sánchez no deja de ser un pérfido español y, además, el presidente de ese país que, pese a ser más pobre e ignorante que la deslumbrante Catalunya, nos tiene colonizados. Es el ejemplo curioso –y tal vez único en la historia– de un invasor manifiestamente inferior al invadido. ¡Ya ven qué cosas!
Luego están los que se han autoproclamado defensores de la unidad de la patria (esos para los que tan españoles son Trajano como Indíbil y Mandonio y no se sacan a Sagunto, Numancia y Puigdemont de la cabeza) y que, ni que decir tiene, tampoco lo pueden ni ver. Ya saben; los pactos para normalizar la convivencia en Catalunya son propios de un traidor y un vendepatrias y, si algo hay que reconducir en esa tierra, debe hacerse utilizando aquel Código Penal que tantas alegrías nos dio en los años del procés y volviendo a poner a los pies de los caballos a los infortunados policías que hubieron de sufrir la cobardía y el desbarajuste del Ministerio del Interior durante el Gobierno de Rajoy.
Desde ese punto de vista, la pacificación de Catalunya no sería más que otra de las tropelías del felón y a lo que habría que volver es a los alegres días en que las calles ardían y eran pasto de los vándalos. No sé cómo lo verán ustedes, pero se trata del discurso que acabaría por confirmar la idea de que el español es el único pueblo del mundo capaz de alegrarse no de los males ajenos, sino de los propios.
Así que aquí me tienen, preguntándome si me he convertido al sanchismo por razones reactivas y creyendo que el problema del mundo es que todos van unas cuantas copas por detrás".
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