CLASE Y "CULTURA"

Es –o debería ser– evidente que el núcleo central del llamado “problema de la inmigración” no es el de si podemos o no convivir con la diferencia, sino si podemos convivir o no con el espectáculo estremecedor de la explotación humana masiva indispensable por el actual modelo de desarrollo económico que, junto a un papel creciente de las más modernas tecnologías, nos retrotrae a las formas más inmisericordes de abuso sobre la fuerza de trabajo que caracterizaron las primeras fases de la revolución industrial .

En este contexto, para qué sirven todas estas polémicas que giran en torno a la “integración cultural” de los inmigrantes y otros epígrafes nunca clarificados, como multiculturalidad, diversidad cultural, interculturalidad..., que se empeñan en centrar ciertas problemáticas en torno al siempre confuso concepto de “cultura”. Y si nos fijamos en ello, tanto los discursos xenófobos como los del nuevo racismo disfrazado de “tolerante” coinciden en dar por buena esta retórica basada en la problematización de una diversidad humana que en democracia debería ser considerada como un hecho, basta.

La clave del protagonismo creciente de este lenguaje de las culturas es necesario buscarla en sus grandes ventajas. He aquí un discurso que permite reanimar ese conocimiento simple e inmediato de las relaciones sociales que era la gran virtud del viejo racismo biológico y de su noción de “raza”, y, sobre todo, hace posible que desde que se extendió la apelación a “las culturas” para describir la naturaleza compuesta de nuestra sociedad, se haya renunciado a incluir el valor clase en el análisis de los conflictos entre segmentos sociales con intereses incompatibles.

La dualización social alcanza niveles escandalosos, la igualdad democrática podría ser desenmascarada en cualquier momento, el racismo está sirviendo para estructurar la fuerza de trabajo... Y ante todo esto lo que se reclama no es más justicia, sino “comprensión”, “empatía ”, “apertura al otro”... Clamor a favor de los buenos sentimientos, como insinuando que los problemas que sufren amplios sectores de la población son la consecuencia de ideas y emociones equivocadas y no de estructuras sociales brutalmente asimétricas. He aquí cómo se ha acabado realizando el sueño dorado que el franquismo intentó imponer sin conseguirlo: la abolición por decreto de la lucha de clases. - Manuel Delgado - antropólogo.

Publicar un comentario

Artícle Anterior Artícle Següent