DE CUPABLES A ODIADORES

No entendí exactamente qué era el fenómeno Trump hasta que leí La tiranía del mérito (Debate) de Michel J. Sandel, -explica Antoni Puigverd en la vanguardia-. Un ensayo de sólido fundamento académico que, a contracorriente del tópico del mérito como primera energía del ascensor social, demuestra que la retórica sobre el esfuerzo individual (estudio, trabajo, afán de superación) es para muchos una estafa. Por más que estudie, trabaje y se esfuerce, una parte de población caerá, perderá, se hundirá. La cultura del mérito puede ser cruel. La primera herida de los perdedores es obvia: el fracaso. Pero la segunda es más dolorosa, si cabe: dado que el mérito es un valor indiscutido, cada vez que alguien fracasa aparece como culpable de su fracaso.

La cultura del mérito anima a las personas a realizar una gimnasia de superación. Es un valor positivo. Pero es injusto proponerlo como modelo principal de progreso, como valor de primer orden: el esfuerzo, por sí mismo, no garantiza el éxito, el cual depende, como es obvio, de otros muchos factores y circunstancias que pueden convertir en inútiles la aplicación, la lucha y el riesgo individuales. El éxito profesional depende mucho más de la red familiar y social que del mérito.

¿Por qué un tunante como Trump, a pesar de ser un hijo de papá, tiene tantos seguidores? Porque se opone frontalmente a la cultura meritocrática de las familias Obama y Clinton, tan perfumados de buenas universidades. La izquierda liberal americana destila los valores de los sectores urbanos en auge (las tecnológicas principalmente) y en cambio ha abandonado a su desdicha a trabajadores, empresarios y autónomos de sectores industriales o agrarios en decadencia. 

Hablamos de empresarios que han quedado obsoletos, de comercios y oficios que prescriben, de trabajadores cualificados que por causa de la globalización y de los cambios tecnológicos caen en el pozo de la precarización y necesitan ayuda social (en competencia con minorías y migrantes).

Los seguidores de Trump no entienden por qué el país más importante del mundo los ha dejado en fuera de juego. No soportan sentirse culpables. Trump ha sabido reconvertir su resentimiento en odio político. No hay gasolina más potente, ni más destructiva, que el resentimiento. Pero no hay mayor error político que el abandono.


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