Decía el escritor francés Paul Valéry que nuestros pensamientos más importantes son los que contradicen nuestros sentimientos. Imagínense pertenecer a una generación de pensamiento, la de la década de los setenta, que conoció las revoluciones en Berlín, Berkeley o la Sorbona, al papa Juan XXIII, al primer secretario del PCUS, Nikita Jruschov, a Mao en China, al general Charles de Gaulle y luego a François Mitterrand, los luceros fugaces de Marcuse, qué sé yo, el boom latinoamericano en la literatura hispánica, el beatnik, los hippies, la minifalda y la píldora anticonceptiva. Imagínense crecer en este ambiente: observando las convulsiones históricas mientras en España vives la censura y el temor a la represión de un régimen. Tu punto de partida como generación es todo frente a una dictadura y la tentación es hacerlo todo tú: democracia estable de corte occidental, pactos de la Moncloa, Constitución del 78, así como las principales transformaciones sociales, políticas y económicas. Así fue y se hizo bien. Pero también hubo pecados, ojo, como una “amnistía política” que, como se decía entonces y hoy se olvida, no produjo los efectos deseados porque fue una “amnistía con cuentagotas”. Y un encaje territorial irresuelto, entre muchos otros.
Fue una primera generación puente que lideró con diligencia una transición ejemplar aunque incompleta. Cometiendo, eso sí, un grave error: proyectar su vida hacia el futuro como algo inigualable, dejando al resto, sus hijos, como mortales solo por no vivir sus tiempos. Pues bien, están comprobando como con naturalidad pasmosa vienen sus hijos que son padres a completar su obra. Ley de vida. Para esta generación política, la de Felipe González y Alfonso Guerra, de proteica verbosidad, capaz de pasar del Ateneo a la peluquería, de las ideas al insulto, con idéntica animosidad, superar lo logrado se vive como una “monstruosa confusión”, al igual que José María Aznar la elección del 2004 y Mariano Rajoy la moción del 2018. Y, claro, cuanto más se aferran a sus pensamientos más desconectan de los sentimientos mayoritarios del país porque España ya no es lo que era.
No hay marea ciudadana contra la amnistía, no hay rebelión nacional y la plaza aclamó a Ayuso
Miren, nada como el principio de realidad: no hay marea ciudadana contra la amnistía, no hay rebelión nacional y la plaza aclamó a Isabel Díaz Ayuso y no a Alberto Núñez Feijóo, candidato a la investidura. Ayer –lo vieron– hubo cientos de personas en el acto del PP en la plaza Felipe II contra la amnistía, 40.000 según fuentes de la Policía. Pero no se engañen, todas ellas cabrían en el Wizink (15.000 personas) en dos conciertos de Taburete. La pregunta es por qué no hay avalancha: además del “factor Catalunya”, que no puede cambiar España pero la determina, la generación de la democracia y los abstencionistas son la respuesta. En el preelectoral del CIS, entre los jóvenes que votaban por primera vez, el PP superaba en casi 3 puntos al PSOE, pero al final fueron casi 8 puntos a favor de los socialistas. Antes de la campaña, entre los que se abstuvieron en el 2019, el PP ganaba por más de 4 puntos, pero acabó venciendo el PSOE (0,7 puntos más). Incluso la ventaja de 6 puntos del PP entre los que no recordaban a quién votaron en el 2019 se dio la vuelta a favor del PSOE por 4 puntos. Todo lo perdió en la última semana, pero pudo ser en un día, en una hora o en un minuto. Así son los asuntos públicos hoy.
El postelectoral del CIS es tozudo, como la España que quiere el reencuentro total. Y la verdad en política siempre resplandece al final, cuando ya se ha ido todo el mundo. Por eso, si Feijóo es algún día presidente hablará en gallego como Borja Sémper euskera en el Congreso, y para serlo deberá ser un político libre. Como Rajoy en el 2008, si Feijóo quiere ser primer ministro tendrá su “Congreso Nacional de València” con un Aznar desairado, ya sin melena y sin abdominales. Está escrito. Y como en vidas paralelas de Plutarco deberá recuperar su autoridad descubriendo que la amistad y la paciencia son animal de compañía y no de rebaño. También está escrito. Sucederá en unas vascas y gallegas sincronizadas como Mariano en el 2009 que, en su caso, coincidirán con unas europeas el 9 de junio del 2024. Ahí terminará un ciclo, a vida o muerte, y comenzará otro. Mientras, surgirán más ecos de otra generación, más voces críticas, más sentimientos que contradicen pensamientos, porque España seguirá sin ser lo que era, porque se prepara para ser lo que quiere ser.- España ya no es lo que era - Iván Redondo.
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