¿POR QUÉ LUCHAN HOY LOS ANTIRRACISTAS?

 


El informe 1997 de SOS Racisme, hecho público recientemente, debería hacernos pensar. Lo que se denuncia es la presencia creciente de ideologías y prácticas de exclusión que tienen como protagonistas no ya brutales skinheads, sino pacíficos y honrados ciudadanos en los que ha calado el discurso sutilmente racista del sistema jurídico y policial. Manuel Delgado.

La conclusión lógica a la que nos invita SOS Racismo es inapelable: no se puede esperar que la mayoría social considere iguales personas que las instituciones no reconocen como tales, ya las que, marcadas como inmigrantes, legalmente se acorrala, se vigila y se deporta, que son abordadas por la policía en la vía pública y que las autoridades muestran de forma sistemática como un problema de orden público o de convivencia.


Ahora es el momento de recordar que el racismo no está en el origen de las tensiones sociales, sino que es un resultado. ¿Cuál es su labor? Racionalizar, a posteriori, la explotación, la marginación, la expulsión o la negación que unos seres humanos pueden imponer a otros. Esto implica que el combate contra el racista está perdido tal y como se plantea actualmente, ya que, al atribuir al propio racismo el origen de las injusticias, escamotea que son éstas las que requieren de aquél una fuente de explicaciones que las legitime y las justifique. Dicho de otro modo: no se discrimina, se segrega o margina a quienes se considera inferiores, sino que se considera inferiores a quienes se discrimina, se segrega o margina, de modo que la distribución de papeles entre opresores y oprimidos aparezca como inevitable. El racismo sirve de coartada a las desigualdades y asimetrías que sufren las relaciones sociales reales, que encuentran, por esta vía, un vehículo para naturalizar una distribución de privilegios que los principios democráticos que orientan presuntamente la sociedad moderna nunca podrían legitimar.


Es aquí donde topamos con las fuentes institucionales de la exclusión social. Y no se trata sólo de las tantas veces denunciada ley de extranjería, sino de una Constitución que consagra una radical separación entre personas con derechos y personas sin derechos. Así pues, en el artículo 14 del capítulo segundo se puede leer: "Los españoles son iguales ante la ley". Se trata de un principio incompatible con el artículo 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, ahora que se cumplirán 50 años de su promulgación: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”.


Dicho de otra forma, una prerrogativa universal de la persona humana como es el derecho a la justicia no goza en España del amparo constitucional. Y lo mismo podría decirse de todos los estados europeos, donde en sus cartas magnas se recoge ese mismo axioma que permite acomotearle a alguien derechos básicos por haber sido considerado extranjero.


¿Qué se puede hacer para vencer ese racismo magmático, disperso, que impregna la vida cotidiana y que convierte a todos en discriminadores activos por el simple hecho de admitir la existencia entre nosotros de seres oficialmente indignos de ser como nosotros? Este combate no pasa por dar más vueltas a la colosal estafa de la multiculturalidad, ni por defender un derecho a la diversidad que da por buena la premisa racista de que las diferencias humanas son natural e irrevocables.


El objetivo del antiracismo es revocar formas de vínculo político que impiden la generalización de la democracia y exigir una distinción clara entre nacionalidad, relativa a la pertenencia a una comunidad política dada, y ciudadanía, estatuto aplicable a quienes son destinatarios de derecha y obligaciones civiles y que debería beneficiar a todos los miembros de la sociedad, sin excepción. En relación con los espacios públicos -la calle, la ley, la escuela, la sanidad, el mercado-, sólo debe existir una identidad significativa e innegable, que todos los concurrentes comparten; la de ciudadano. De la misma forma que se entiende que en un estado de derecho nadie puede estar por encima de la ley, hay que aceptar que tampoco nadie debería ser colocado por debajo.

Qué curioso. La propuesta de modificación de la ley de extranjería que presentó Iniciativa per Catalunya en el Parlamento español –la más progresista de las planteadas hasta ahora- reclama que los inmigrantes vean reconocido el derecho a la residencia una vez hayan cumplido seis años de estancia en el nuestro país. ¡Seis años! El artículo 4 de la constitución revolucionaria del año 1793, relativo a la condición del ciudadano, otorgaba a todo extranjero adulto que hubiera residido en Francia más de un año no sólo todos los derechos ciudadanos, sino también la plena nacionalidad jurídica y administrativa.

¿Por qué luchan hoy los antirracistas?¿por un mundo nuevo y utópico? No. Los antirracistas luchan hoy por realizar la moral que concibieron, hace ya más de 200 años, Kant, Voltaire o Rousseau. Ellos son los ideólogos de la integración social a finales del siglo. El objetivo no es cambiar la visión del mundo que fundó el mundo moderno, sino exigirle que, de una vez, se haga carne entre nosotros. Se lucha por ver cumplidos los principios que iluminaron hace dos siglos nuestra idea de libertad y de justicia. Se lucha para que las naciones que se proclaman democráticas se atrevan a serlo de verdad, tal y como prometieron un día, al nacer.

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