En La vida entera, novela de David Grossman, una madre judía decide marchar de su domicilio y vagar por Israel. Tiene los suficientes indicios como para saber que han matado a su hijo en el frente, pero hasta que no se lo notifiquen, no estará muerto. Por eso, sale de casa, sin rumbo fijo, sin pretensión de regresar. Si no la encuentran, si no le entregan ese papel de defunción, su hijo seguirá vivo. Engañar al demonio, esquivar a la muerte.
Una niña llora y consuela a un hermanito suyo muerto entre los escombros. Al final lo tapa con un trozo de tela a modo de mortaja, mientras trata de evitar el llanto de su otro hermanito vivo, desconsolado. ¿Cómo se va a poder licuar este odio? Nos inmunizaremos con estas imágenes. Basta con verlas dos, tres veces. Somos ostentosos así que solo queremos que maten pronto a los que tengan que matar para acabar lo antes posible y seguir comprando estupideces con un 30% de descuento.
Podemos no resignarnos a que haya quien mata a esos niños. Pero podemos quedarnos atrapados en el dolor de ese padre escribiendo los nombres en la piel a sus hijos, o en los llantos de los niños, la madurez casi inhumana de la niña. Podemos no resignarnos a nuestra caníbal falta de atención. No resignarnos a aceptar que haya quien mata con bombas a esos niños. Quien los utiliza de escudos humanos. Quien no hace nada por defenderlos y quien nada hace por detener esta matanza. Podemos empezar a sentir dolor por las cosas que realmente duelen y dejar de quejarnos de males imaginarios en Sildavia y otros países mágicos.
2 Comentarios
Llevan muchos días de Black Friday sometidos a la agresión de sus poderosos vecinos. ¿O estos son más frágiles de lo que parecen?
ResponderEliminarNo andas desencaminado, Hamas es su talón de Aquiles, y luego queda Hezbollah.
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