A la amnistía no nata, si ve la luz, le espera un calvario. En la calle durante un tiempo. Y en las instituciones de manera indefinida. Un terremoto sustituye un paisaje por otro, solo que de modo traumático. Y una ley de olvido penal, apuntalada sobre la necesidad aritmética de una investidura, lo es. Así que pocas sorpresas. Y mucho menos que la idiotez ultra, que comparte con el resto de las idioteces de otro signo el 99,9% de su genoma, se adueñe de la noche de Madrid gracias a su hábil manejo de la violencia verbal y fáctica. Cuando se frota la lámpara de los discursos, siempre aparece junto al genio, con independencia de la causa, el fanatismo más ruin. - Josep Martí Blanch.
Tomen nota Feijóo y su gente de la necesidad de marcar una línea intraspasable entre la imbecilidad ultra y la legítima protesta contra lo que la derecha democrática española considera, y parte de la izquierda silente también, un atropello. Y esa línea, desde luego, no se dibuja con condenas tenues y ambiguas. Ni por supuesto acusando a Pedro Sánchez de ser el culpable de todo, como afirmó ayer Elías Bendodo, el coordinador general del PP. Esperanza Aguirre cortando el tráfico es la abuela preparando bocadillos para el nieto con pasamontañas. Ayuso, mechero en una mano, extintor en la otra, ha estado mejor apuntando a la necesidad de detener y juzgar al cafrerío. Esta sección no pretende ser un manual de autoayuda, pero no nos resistimos a los buenos consejos: en la convocatoria del próximo domingo contra la amnistía en todas las capitales de España, el PP haría bien en contar con un ejército de voluntarios prestos a echar a patadas a cualquier payaso aderezado con simbología ultra. Si bien es cierto que como la protesta es al mediodía, el riesgo de que la chusmilla de pocas luces y mucho tatuaje se haga dueña de la convocatoria es menor. A esa hora, la luz del mediodía acobarda a los cobardes. Y los gaznates, pulmones y narices del pelotón de los tontos aún no han consumido suficiente producto para animalizarse del todo. Aun así, lo dicho, vigile la derecha su flanco diestro para mantenerse en el terreno de juego de lo normal y legítimo: estar radicalmente en contra de algo y demostrarlo democráticamente.
Con todo, el principal problema de la amnistía no será la calle. La futura ley, si se torna corpórea, se enfrenta a amenazas de mayor enjundia que a estas alturas se saben ya inevitables. La primera guarda equivalencia con lo que referido a un producto equivaldría a un defecto de fabricación. La lógica de su negociación –amnistía a cambio de investidura– es indigerible para una parte nada despreciable de la sociedad española y hace de la criatura un ser defectuoso. Si a ello se le añade el estiramiento de la negociación en los últimos días, con causas y nombres propios que ahora sí, ahora no, entran en la tómbola de los beneficiarios, la sensación de cambalache, que ya era la de partida, no para de acrecentarse y agravarse. Empezó mal y no acabará bien. La amnistía, como los indultos, debía nacer del impulso legislativo del ejecutivo con el nuevo mandato ya en marcha, aunque se hubiera acordado previamente como objetivo. Esa es la mácula primigenia que impedirá, a diferencia de lo que sucedió con los indultos, un mínimo de disimulada indiferencia y laissez faire entre sus contrarios. Sin esa mínima concesión, lo que queda es media España amnistiando a media Catalunya. De vuelta a las mitades.
La otra amenaza responde, como en el futbol tantas veces, a intentar ganar en los despachos lo que no se ha ganado en el campo. En la última década hemos visto ya suficientes ejemplos de cómo la justicia –parte de ella, debiéramos matizar– no puede sustraerse a la tentación de extralimitarse para remediar lo acordado en el ámbito de la política. Por supuesto que el legislativo, cuando rueda el balón, ha de someterse también a la legalidad. Pero son ya demasiadas las veces en las que los jueces, bien por afinidad o deuda contraída, bien por incapacidad de abstraerse a las servidumbres ideológicas del propio yo, han confundido su independencia formal con un típex y un bolígrafo. Lo primero para borrar y lo segundo para reescribir y reformatear la historia a su gusto. *En esta ocasión tampoco será diferente. Comida indigesta de dudoso estado y estómagos intolerantes: la amnistía.
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