Un equipo multidisciplinar de científicos ha descubierto dos regiones “anómalas” en el interior de la Tierra que atribuyen a los restos de la colisión que hace unos 4.500 millones de años formó la Luna. El análisis de este fenómeno plantea la hipótesis de que un protoplaneta (una especie de “embrión” de planeta conocido como Theia) colisionó con la “proto-Terra” (Gaia) hace unos 4.500 millones de años, algo que habría dado lugar a la formación de distintas regiones en el manto terrestre. Esta noticia que dan a el periódico, entre otros medios me ha recordado a Hans Hörbiger, i subteoria de las cuatro lunas:

Estudió en la Escuela de Tecnología de Viena y realizó prácticas en Budapest. Fue proyectista en la fábrica de máquinas de vapor y especialista en compresores. En 1894 inventó un nuevo sistema de llaves para bombas y compresores y vendió la patente a sociedades alemanas y estadounidenses obteniendo una gran fortuna.
Hörbiger sentía apasionamiento por las aplicaciones astronómicas de los cambios de estado del agua-hielo, líquido y vapor-, que había tenido que estudiar por ejercicio de su profesión. Sobre esta base pretendió explicar toda la cosmogénesis y toda la astrofísica. Lo mismo refería que repentinas iluminaciones e intuiciones brillantes le habían abierto las puertas de una ciencia nueva.
En una carta a un amigo ingeniero explica que tuvo una revelación cuando siendo un joven ingeniero, observó un día una ola de acero fundido sobre la tierra mojada y cubierta de nieve, la tierra estallaba con cierto retraso y gran violencia.
La Welteislehre explica que en el cielo había un cuerpo enorme con una elevada temperatura millones de veces mayor que nuestro actual Sol supersol chocó con un planeta gigante constituido por hielo cósmico y ese planeta de hielo penetró en él. Nada ocurrió durante cientos de miles de años, hasta que el vapor de agua hizo que todo estallara. Algunos fragmentos fueron proyectados tan lejos que se perdieron en el espacio helado. Otros volvieron a caer sobre la masa central en la que se había originado la explosión.
Y otros fueron arrojados a una zona intermedia convirtiéndose en los planetas de nuestro sistema solar. Había 30 de ellos, son bloques que poco a poco se han ido cubriendo de hielo. La Luna, Júpiter, Saturno son de hielo, los canales de Marte son rendijas de hielo. Sólo la Tierra no está dominada por el frío, sigue la lucha entre el hielo y el fuego.
A una distancia igual a tres veces la de Neptuno, se encontraba en el momento de la explosión, un enorme anillo de hielo y allí sigue. Es lo que los astrónomos llaman Vía Láctea, porque algunas estrellas parecidas a nuestro Sol, en el espacio infinito, brillan a través de ella.
Las manchas que se observan en el Sol que cambian de forma y de sitio cada 11 años son producidas por la caída de bloques de hielo que se desprenden de Júpiter. Júpiter cierra su órbita en torno al Sol cada 11 años.
En la zona media de la explosión, los planetas del sistema al que pertenecemos obedecen a dos fuerzas: la fuerza primitiva de la explosión que los aleja y la fuerza de la gravitación, que les atrae a la masa más fuerte situada en la suya proximidad. Estas dos fuerzas no son iguales. La fuerza de la explosión inicial va disminuyendo, porque el espacio no está vacío, sino que existe en él una materia tenue compuesta de hidrógeno y vapor de agua.
Además, el agua que llega al Sol llena el espacio de cristales de hielo. De esta forma la fuerza inicial de repulsión se ve cada vez más frenada. Por el contrario, la gravitación es constante. Por eso cada planeta se acerca más a lo próximo que lo atrae, se acerca trazando círculos aparentes a su alrededor, en realidad describe una espiral que se va encogiendo. Así tarde o temprano cada planeta caerá en el más cercano y todo el sistema acabará por caer en forma de hielo en el Sol...
... entonces se producirá una nueva explosión y todo volverá a empezar.
La Tierra ha captado por turnos 4 masas de hielo cósmico, éstas han ido girando en espiral alrededor de la Tierra acercándose cada vez más y cayendo sobre nosotros. Es decir, ha habido 4 lunas y la última es nuestra luna actual. Toda la historia de nuestro planeta, la evolución de las especias y la historia humana encuentran su explicación en esta sucesión de lunas en nuestro cielo.
Cuando cae la luna, estalla antes de tocarnos, girando cada vez más rápido, transformándose en un anillo de rocas, hielo y gases al igual que Saturno. Este anillo cae sobre la Tierra recubriendo circularmente y fosilizado todo lo que se encuentra debajo de él, sólo se forman fósiles en el momento en que cae ese anillo.
Por eso se ha podido registrar una época primitiva, una secundaria y una terciaria. Al tratarse de un anillo, sólo tenemos testimonios muy fragmentarios de la historia de la vida en la Tierra. Esta caída de las lunas permite imaginar las transformaciones de los seres vivos en el pasado y prever a los vendedores.
Cuando las lunas se han acercado a una distancia de 4 a 5 radios terrestres, la gravitación cambia considerablemente y esto determina transformaciones en el tamaño de los seres, ellos crecen en función del peso que pueden soportar. Hay un período de gigantismo en el momento en que el satélite se nos acerca, mutaciones bruscas, los rayos cósmicos son más poderosos.
A finales del período primario aparecen enormes vegetales e insectos gigantescos. A finales del secundario aparecen los dinosaurios gigantes. Los seres aliviados de su peso se erigen, las cajas craneanas se ensanchan, las bestias levantan el vuelo, a finales del secundario aparecen los mamíferos gigantes, quizás los primeros hombres, creados por mutación. Aparece nuestro antepasado gigante hace unos 15 millones de años.
Estos gigantes eran sabios y buenos, medían unos 12 m de alto. Se le suponen grandes poderes de comunicación telepática, civilizaciones basadas en el modelo de centrales de energía psíquica y material.
La segunda luna se acerca más y estalla cayendo el anillo, no hay ninguna luna en el cielo. Sobreviven algunos ejemplares de las mutaciones gigantes producidos al final del período secundario, subsisten disminuyendo de proporciones. Hay todavía gigantes que se van adaptando.
Cuando aparece la tercera luna, ya se han formado los hombres ordinarios, más pequeños, menos inteligentes, nuestros verdaderos antepasados. Los gigantes que sobrevivieron son los que civilizan a los hombres pequeños.
Todas las leyendas, religiones y tradiciones desde Grecia a la Polinesia, desde Egipto a México y Escandinavia, refieren que los hombres fueron iniciados por gigantes. La civilización, moral, espiritual y quizá técnica llega a su auge sobre el globo.
La tercera luna se va acercando, los mares suben, todas las aguas atraídas por la gravitación del satélite, los hombres se dirigen a las montañas con los gigantes, sus reyes. Ambos crean una civilización marítima mundial, que se identifica con la civilización Atlántida.
Es la época de las construcciones megalíticas, las ruinas de Tiahuanaco. Los atlantes en naves perfeccionadas dan la vuelta al mundo y conectan cuatro grandes centros: Nueva Guinea, México, Abisinia y Tíbet. Todo esto explica las similitudes existentes entre las más antiguas tradiciones que registra la humanidad. Se extiende la civilización por todo el globo. Habían dos Atlántidas, una la de los Andes -Tiahuanaco- y otra en el Atlántico norte la que describe Platón.
Cae la tercera luna, el agua baja, los océanos se retiran, el aire se enrarece, se va el calor. La Atlántida no muere tragada por las aguas sino porque se retiran de ella. Las naves son arrastradas y destruidas, falta el alimento que llevaban del exterior, mueren millones de seres, los sabios y la ciencia desaparecen, la organización social se desmorona. Los supervivientes sólo pueden bajar en las llanuras pantanosas. Ha terminado el reino de los reyes gigantes, cuyos hombres sobre los que reinaban se han convertido en sucios.
Después de 12 millones de años la Tierra capta su cuarta luna, la actual. Nuestro planeta se hincha en los trópicos. Los mares del norte y del sur afluyen hacia la mitad de la Tierra y recomienza las edades glaciares del norte. La segunda Atlántida, la del Atlántico norte es tragada por las aguas. Viene el Diluvio que describe la Biblia. Los gigantes vivos degeneran, luchan entre sí, combaten a hombres y gigantes. Se habla de las leyendas de Urano, Saturno, de David y Goliat. En la Biblia se citan temas sobre gigantes, Números 13:33 y Job 26:5.
Así, el hombre ha quedado solo, abandonado, a degeneración. Una civilización humana, humanista, la civilización judeo cristiana, minúscula y residual.
Pero nos acercamos a otra edad, devolverán las mutaciones, devolverán a los gigantes. Estamos en el cuarto ciclo. Durante milenios sin luna aparecen las razas enanas que degeneran y sin prestigio, los animales que se arrastran, como la serpiente que evoca la caída. Durante las lunas altas existen las razas medias. Antes de caer las lunas, giran alrededor de la Tierra creando condiciones diferentes en aquellos lugares que no están debajo de su trayectoria por lo que la Tierra ofrece un espectáculo variado, después de varios ciclos lunares: razas en decadencia, razas que s elevan, seres intermedios, degenerados y aprendices del porvenir, precursores de las futuras mutaciones, esclavos del ayer, enanos de las antiguas noches y señores del mañana.
El futuro, después de milenios sin satélite, el planeta Marte se nos acercará, pero es muy grande para ser capturado, para que gire a nuestro alrededor, bordeará nuestro planeta, arrancará nuestra atmósfera y se dirigirá hacia el Sol hasta caer en él. Nuestros océanos se agitarán en remolino y hervirán, inundándolo todo y la corteza estallará.
Nuestro planeta muerto seguirá girando en espiral y será alcanzado por los planetoides helados y se convertirá en una inmensa bola de hielo que a su vez se dirigirá contra el Sol. Después de la colisión, vendrá la calma, el vapor de agua se irá acumulando durante millones de años, hasta que un día se va a producir una nueva explosión y otras creaciones en la eternidad de las fuerzas ardientes del Cosmos.
No tuvo excesivo crédito esta teoría de Hans Hörbiger, pero de todas las que tenía, ésta es la más razonable y fascinante. Salvo 'El Retorno de los Brujos' de Louis Pawels y Jacques Bergier.
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