EL SÍNDROME DE CASANDRA


Deslumbrante dios del dinero, Apolo presidía las leyes del capitalismo y la especulación. Todo el mundo lo adoraba. Un día conoció a Casandra. A ella le sobrecogía otro tipo de riqueza: la del entorno, con el que sabía comunicarse. Fascinado, Apolo le regaló el don de la profecía. Era muy espléndido, lo cual se confunde con la generosidad; pero el generoso no espera nada a cambio, y su intención era conquistarla.

Lúcida, Casandra desconfiaba de la relación, le parecía un abuso de poder y no la consintió. Ofendido, él le escupió en la boca y la maldijo: sería capaz de ver el futuro, pero nadie la creería. La llamó ecologista para que no le hicieran caso (son una panda de catastrofistas aguafiestas antisistema y dan pereza). Ella no se rindió: estudió ciencias, investigó, se rodeó de expertos, demostró lo que llevaba décadas proclamando. Harta del maltrato recibido, la Tierra también puso de su parte: calentamiento global, sequías, inundaciones, contaminación, pandemias. Incluso la OMS alertaba de la situación. Pero la humanidad respondía que el mundo siempre ha Sido así. No es que no la creyeran, es que les daba igual.

Apolo se divertía con su venganza y siguió humillando a Casandra. Hizo que, mientras cortaban el grifo a los ciudadanos por la emergencia, los mandatarios promocionaran pistas de hielo y esquí, la construcción de macrocomplejos turísticos, macroparques eólicos y ampliaciones aeroportuarias. El colmo de la burla fue celebrar la cumbre del clima en Dubái, la ciudad más insostenible del planeta y con un evidente conflicto de intereses, y que los asistentes llegaran en jet privado.

Cada vez son más los que escuchan a Casandra. Pero, como ella, están condenados a soportar la impotencia ante las risas de quienes alardean de su poder y contaminan incluso la esperanza cuando todo se va a pique. Es el precio de no dejarse cegar por divinidades deslumbrantes. Llucia Ramis.

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