Juan Belmonte le confesó a Manuel Chaves Nogales que cuando veía salir el toro se crecía y olvidaba el riesgo y la violencia del animal. Es más, al rato le parecía un juego gracioso, un divertido esparcimiento del cuerpo y del espíritu. Solía percibirse ajeno al peligro, donde él y el toro­ se reconocían movidos por la lealtad de sus instintos dispares. Escuchando ayer la intervención de Alberto Núñez Feijóo interpelando a Pedro Sánchez en la comisión de control del Congreso, me pareció que debía de sentirse como Belmonte en el albero, dispuesto a todo.

Allí, en medio de la plaza de la política, se fue creciendo. Su faena resultó arriesgada hasta el punto de pisar todas las líneas rojas e intentó matar la sesión a volapié, amenazando con una investigación parlamentaria y judicial a la esposa del presidente del Gobierno por unos supuestos hechos que parecen más ganas de ensuciar que otra cosa, en relación con la venta de la línea Air Europa. Sobre todo cuando la Oficina de Conflictos de Intereses ha archivado la denuncia de los populares.

No queda nada de ese Feijóo moderado que saltó al ruedo de la política hace unos dos años, prometiendo bajar el ruido y abanderar el respeto. “Todo es mentira”, le soltó el jefe de la oposición a Sánchez, cuando este expuso los logros de su Gobierno, glosados por Paolo Gentiloni, comisario de Asuntos Económicos de la UE. “El señor Sánchez está lleno de corrupción”, bramó en otro momento, cuando el PP es un partido que ha sido condenado por este motivo en los tribunales, cuando gobernaba.

Esto no va a parar y creo que nos vamos a hacer daño. Nuestra democracia empieza a tener demasiados rasguños. La política no es que no pueda evitar el ruido, sino que no sabe ejercerse sin el barullo. El debate de ideas ha sido sustituido por la descalificación permanente. En el Parlamento nadie dialoga, sino que se descalifica­ al adversario. Los ciudadanos están hartos de tantos monólogos ácidos y, a menudo, soeces. El PP tiene tantas prisas para volver al poder que no se detiene ante nada. Y ni el rumor es la antesala de la noticia, ni la maledicencia es el prólogo de la verdad. Esto no ha hecho más que empezar. Y promete más sangre que los toros.