LA QUEJA DE LOS IDIOTAS

Un idiota es un idiota. Dos idiotas son dos idiotas. Diez mil idiotas son un partido político - Franz Kafka.

¿Es posible que nuestros políticos, en general, se hayan vuelto idiotas?, se pregunta Toni Segarra. Aunque sabe que no es así, yo diría que es más bien al contrario, somos todos nosotros, o casi todos, los que somos idiotas, en el sentido más etimológico, más griego, del término. Idiota viene de idiotes, palabra que designaba al ciudadano privado, y por extensión, al que no se ocupaba de los asuntos públicos. Los griegos, como es sabido, valoraban en extremo la participación cívica, esencial para la democracia, y el término acabó designando al inútil, al falto de ambición, al inconsecuente, al egoísta, al ignorante, al inmaduro, al indiferente. 

Puede que seamos nosotros los que no pasamos de la queja, los que seguimos adelante a pesar de esa bronca, como si no fuera con nosotros, como si no fuera grave. Y quizá no lo es, todavía. Lo será. Volver a la política, ser menos idiotas, pasaría por elegir a quienes no nos se­paran, a quienes no se insultan. Sería un ­paso. Pero aquí ya tenemos un problema, a quien cojones elegimos que sea capaz de gobernar con honestidad, sin separar, sin insultar. Solo habría una solución (imposible), que nadie fuera a votar en las próximas elecciones, pero como eso no sucederá, solo nos queda aguantarnos instalados en la queja permanente, merecido lo tenemos.

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