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ENTREVISTA IMAGINARIA A EMIL CIORAN

ꟷ Monsieur Cioran, muchos escritores hablan de su infancia como un período paradisíaco y feliz que influye notablemente en la conformación de su obra literaria: ¿qué nos puede decir de su infancia en Rasinari?

ꟷ La felicidad de la infancia es una redundancia; pienso que la ausencia de felicidad es la que antecede a la existencia. Sólo este período a-histórico en el que permanecemos en la bolsa amniótica merece ser calificado de feliz. Si usted se toma la molestia de observar atentamente a sus semejantes, no será difícil advertir que “respirar” es la tortura más insoportable que ha sido sufrido en la especie humana. La sociedad en general no es más que un infierno de salvadoras. Si la felicidad es un regalo proveniente de cualquier esfera del poder, ésta está destinada a convertirse pronto en fuente de desgracia y calamidad para el individuo. Sólo los espíritus atormentados en su infancia pueden eventualmente prometerse en el curso de sus vidas la ilusión de esta fata morga que los psicólogos llaman “felicidad”.

ꟷ A qué le atribuye esa vehemencia, esa irrefrenable pasión por las ideas fascistas que le mantuvieron enamorado de la admiración de los movimientos ultraderechistas de su país en los años veinte?

ꟷ Desde siempre intuyó que la lucidez y la pasión por el conocimiento sacan irremediablemente a quien las practica a una especie de obsesión enfermiza. Permítanme decirle que soy de los que piensan que toda convicción política y filosófica comporta intrínsecamente un germen eclesial y una semilla dogmática. Yo soy un desesperado desde antes de ser concebido. Es incompatible ser de izquierda y pesimista. En mi juventud leí con enfermizo interés a Nietszche, Schopenhauer a los escépticos antiguos y déjeme decirle que cuando se muerde el polvo de la sabiduría ya no se tiene disposición para continuar en el espejismo de las utopías degradadas. El verdadero espíritu filosófico es incompatible con cualquier proyecto de sociedad futura. Cuando se vislumbra la verdad esencial ya no se quiere transformar nada; se llega incluso a desear que el aire no cambie, que el mineral se quede en su estado original y que los continentes y las estrellas sigan inmutables hasta el fin de los tiempos. Un espíritu despierto no quiere redimir a nadie de su “esclavitud” pero tampoco quiere ser partícipe de ninguna intención para “transformar el mundo”. Desde muy joven comprendió que "la lucidez es incompatible con la respiración" y que la salvación, a ser posible, sólo es posible imaginarla desde una radical individualidad. Hay un asco en mi constitución biológica hacia todo lo que signifique querer dar inconsultamente felicidad a la gente. Nadie puede ser libre lo desea desde su naturaleza más profunda y el gran handicap ideológico de la izquierda mundial ha sido querer abolir un tipo de esclavitud económica para instaurar una peor: la alienación mental, la esclavitud espiritual, la religión del optimismo demencial.

- Hace diez años que levantó en vuelo del Búho de Minerva, tenga la gentileza de decirnos a los que todavía creemos estar vivos, ¿qué extraña de todo lo que significó el paso por la existencia?

Muchas cosas: ah, son tantas las cosas que añoro. Me gustaría estar vivo para seguir blasfemando la vida. Siempre quise ser un 'mortinato' y por eso escribió El inconveniente de haber nacido ese virulento y exacerbado tratado contra futilidad de vivir. Lo que más me hiere no poder disfrutar aquí donde me encuentro es la imposibilidad de gritar con orgullo casi infantil mi condición de apátrida. Quisiera volver a escarnecer los nacionalismos y los falsos patriotismos que proliferan por doquier en esta “era de hierro planetaria”. Las banderas son engrudos que sirven para justificar cualquier apetito voraz de poder antropófago. Toda bandera es un vomitivo que causa más daño a la psique del ser humano que cualquiera de las enfermedades clínicamente detectadas por la ciencia médica. Las patrias son fuentes de desvaríos y desequilibrios de la razón.

Muero dos veces al no poder reunirme con mis amigos: Borges, ese “último delicado” que era capaz de sacrificarlo todo por la valoración estética del matiz, esa réplica políglota de Homer que tantos momentos de suprema alegría vivimos juntos en nuestras largas conversaciones por los Jardines de Luxemburgo o en algún discreto parque parisino. Quisiera vivir para ser invisible como él mismo me confesó alguna oportunidad. Igual extraño profundamente las visitas de Henri Michaux a mi apartamento de la Rue L'Odeon; su fantástica imaginación y su asombrosa capacidad para conversar sobre temas abstrusos e insondables. Para él descubrió que la anécdota es en cierto modo el combustible que mueve toda la maquinaria del mundo real e imaginario y no sabe cuánto gusto este descubrimiento.

ꟷ Señor Cioran, ¿por qué sus fobias a aparecer en la TV francesa o su reticencia a conceder entrevistas a los grandes medios de comunicación de Europa? ¿Alguna razón especial para no realizar concesiones en esta materia?

ꟷ Fijaros, en la Antigüedad griega no había TV ni periódicos ni estaciones de radio. En un libro olvidado escribí que en cierta ocasión un obispo africano quiso cambiar un transistor por una cabra a un campesino. Es la viva ejemplificación de lo que yo siempre quise: ser leído y conocido por mis libros y mi pensamiento antes que por la fachada de figurar en el horrido mundo de la imagen y el espectáculo. Puedo presumir de decirlo: nunca pasé un solo día de mi vida sin escribir una línea. Parafraseando a un estratega militar sudamericano: el colmo es llamarse escritor por no serlo. Escribo infatigablemente todos los días del año sin pensar en el destino que tendrán esas páginas que borrono. Soy un ermitaño que logró salir de las Montañas Cárpatos y hacerse un ciudadano cosmopolita a través de los libros y la lectura. Esta condición de eremita la cuido celosamente y no admito que la Gran Maquinaria del mercado literario me recupere para fines crematísticos y publicitarios. Desde la publicación de Breviario de Podredumbre” me prometí no conceder entrevistas ni aceptar homenajes institucionales, ya que siempre quise ser fiel a mi propósito de ser un “escritor de la sombra”. Nunca me dejé deslumbrar por el síndrome del vitrinismo que tanto sedujo al vedettismo intelectual internacional.

ꟷ Cuando el lector se enfrenta a su obra advierte una dicotomía: por un lado, en su escritura hay un Cioran amargado, bilioso, arisco, decepcionado del mundo y de la vida; y por otro, en el plano personal e íntimo, un diametralmente diferente: hilarante de optimismo, cotilla, ameno y apacible; en fin, la otra cara del escritor universalmente conocido. ¿Cómo explica esta disyunción?

ꟷ Es sabido que la naturaleza humana es una y múltiple simultáneamente. No se concibe una caracterología unívoca ni unilineal. El ser es plural por antonomasia. Yo soy yo y “otro” –como gustaba afirmar en Rimbaud-. En mí cohabita el cielo y el infierno. Soy la herida y el puñal como dice el heautontimoroumenos de Baudelaire. Si tuviera que escribir de nuevo mis libros no sacaría ni una coma, ni un punto, ni un acento de ninguno de mis libros porque cada palabra responde exactamente a un determinado estado del alma ya un particular temperamento de mi sangre. Todo aquel que ha leído mis libros sabe que escribo para evitar el traspaso de los límites del juicio y la cordura. Lo que usted llama “los dos Cioran”, en realidad es uno solo. Lo que ocurre es que uno se desdobla para evitar que el otro desaparezca. ¿Entiendo lo que intento decirle? Ahora bien, no hay ningún propósito deliberado para alimentar a esta leyenda que se ha tejido alrededor del escritor; sin embargo, tampoco tengo mucho interés en hacer nada por disipar el mito literario.

-- ¿De dónde proviene esa manía suya por el fragmento, esa obsesión por la frase breve, esa fiebre del laconismo? ¿Quizás es una elección de estilo?

ꟷ Mi escritura es el resultado lógico y natural de mi aversión a la sistematicidad en la filosofía. Soy esteta del aforismo porque mi ADN está imposibilitado para el sistema. Todo lo que conduzca el pensamiento sistemático es asfixiante y aniquila la libertad de asociación de las ideas en su estado larvario que es, en definitiva, lo que más me interesa como escritor. Tengo una máxima que me ha acompañado desde que adopté la escritura como forma de vida: “desconfíe de aquellos que te quieren encerrar dentro de una determinada concepción del mundo: obnubilan, pero no iluminan el camino de la sabiduría. ” Sueño con una civilización en la que la concisión del poema sea elevado a la categoría de santidad. La reflexión sistemática es por definición exigente y no admite que te contradigas; en cambio, cuando piensas por recortes, fragmentariamente, puedes contradecirte sin tener que pagar el vergonzoso precio del remordimiento y eso me gusta porque se aviene como anillo al dedo a mi temperamento. Porque estoy soy: un escritor de temperamento, que escribe por mandato de sus estados de ánimo. Una vez dije que "era el secretario de mis sensaciones". Hoy ratifico esta sentencia íntegra y añadiría: me gustaría ser el albacea de mis fobias y mis ciclotimias. Un artículo de Rafael Rattia escritor e historiador venezolano. en elnacional.com

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