Ya está la buganvilla pidiendo con urgencia un pintor impresionista. El mirlo entintado en negro dibuja el aire, y su exageración, el viento, con un silbo pueril. El orgullo elitista de las fresas para con los fresones, más vulgares. La timidez de las cerezas siempre de dos en dos.
Ya la mar primaveral se prepara, mediterraneando, para el abrazo acogedor. Por fin el verde se autoafirma en la paleta acuarelada de nuestra vida cotidiana.
El arrullo suave y obsesivo de las torcaces… Y esa parte de tiempo, de sueño y de calma que alienta toda vida personal y la hace posible. La primavera: un diorama sin reservas, alegre, lleno de coloraciones y matices brillantes que se ofrece a la implacable mirada.
Un espectáculo natural. Dicen que solo existe lo que se mira. Y se ve, claro. Mirar para ver la primavera, que es la estación más presumida y desinhibida del año.
Hasta aquí la naturaleza ha hecho sus deberes. Mandando sus señales. Pero un algo severo, tristísimo y profundo nos impide salvaguardar tanta belleza. Estamos en “la era del crimen” como escribió Salvat-Papasseit. Sí, la crueldad incendiaria de las guerras nos llena de sombras el horizonte, en que matones prehumanos comercian con la sangre coagulada y el horror en la conciencia de nadie. Dios ha cogido la baja laboral. En todo el mapamundi se escucha morir. Todo el planisferio convertido en un archivo de amargura. Y pena. Quizás, hay quien lo anuncia, el mundo esté ya en el temblor supremo.
Ahora mismo, en algún lugar del mundo, el reloj se ha parado definitivamente para muchas personas, mujeres, niños y hombres que ya solo serán recuerdos para sus seres supervivientes, para sus sueños en el vacío. Su última primavera. Y es esa mala conciencia, encabritada e intermitente, que se nos alza ante el más impensado atisbo de calma y no deja de desasosegarnos. Solo tristeza. Ya nada volverá a ser igual. El mundo está en declive, la humanidad, a la deriva. Y un horizonte lleno de cadáveres nos impide respirar hondo, evadirnos “de lo que pasa y de lo que ocurre” (Miguel Hernández), de gozar de la primavera que antes, anunciando verbenas, era algo parecido a la felicidad. El bienestar de cuando éramos criaturas se fue para siempre. - Joan-Pere Viladecans en la vanguardia.