LA IA Y EL FIN DEL LIBRE ALBEDRÍO DE SCHOPENHAUER

Una de las revelaciones de la neurociencia moderna sobre el cerebro humano es que este es una máquina imperfecta de anticipar el futuro. La red neuronal de nuestra corteza prefrontal tiene la capacidad de generar constantes hipótesis y simulaciones, tomando los datos almacenados en nuestra memoria, lo que nos permite tomar decisiones a plazo, incluso utilizando herramientas abstractas como el lenguaje y las matemáticas. La inteligencia artificial (IA) no solo comparte con nosotros esta capacidad, sino que la mejora infinitamente.

A mediados del siglo XIX, Arthur Schopenhauer, en su obra Sobre la libertad de la voluntad , afirmaba que el libre albedrío es una quimera. Las decisiones de los seres humanos están ineludiblemente ligadas­ a la cadena de causa-efecto que rige el universo. Dice Schopenhauer que nuestras decisiones están predeterminadas por factores que escapan a la conscien­cia. En realidad, es la interrelación de las múltiples causas (algunas conocidas, otras no) la que determina cada uno de los comportamientos y actuaciones de cada ser humano y de la sociedad en su conjunto.

Algunas mentes humanas han sido capaces de prever movimientos sociales, científicos o económicos adelantándose a su tiempo. Así, algunos académicos alertaron sobre el resurgimiento del nacionalismo en la Alemania de los años treinta o en la Rusia actual; otros intelectuales imaginaron avances tecnológicos con siglos de antelación (como Da Vinci o Jules Verne). Los inversores más exitosos son capaces de adelantarse a una recesión o al fin de una burbuja. Sin embargo, casi nadie fue capaz de prever el 11-S, la crisis financiera del 2008 o la covid. Aunque la ciencia ha ido aumentando la capacidad humana para prever la evolución de enfermedades y fenómenos naturales, nuestra habilidad para conocer el futuro es limitada.

Al contrario, la capacidad predictiva de la IA aumenta exponencialmente. Los humanos podemos analizar una cantidad limitada de datos y necesitamos tiempo para recopilarlos y extraer conclusiones. Las máquinas, por el contrario, pueden analizar cantidades inmensas de datos, generando predicciones instantáneas con gran precisión. Esta capacidad de predicción es lo que ya permitió a Deep Blue ganar a Kaspárov en ajedrez en un lejano 1997 y a AlphaGo vencer a Lee Sedol­ en el complejo juego de Go en el 2016.

Desde entonces, las máquinas han ido refinando sus modelos predictivos y acumulando toda la información disponible de internet, las redes sociales y que obtienen de todo tipo de sensores. Esta capacidad de predicción permitirá a corto plazo frenar la propagación de las pandemias, atemperar conflictos armados, impedir accidentes, mitigar el impacto de los desastres naturales, incrementar los éxitos en el campo científico y perfeccionar la toma de decisiones de impacto económico. Sin ir más lejos, hace pocos días se ha concedido el premio Nobel de Química a dos científicos de Google por sus avances en la predicción de estructuras de proteínas mediante la inteligencia artificial.

Pero los algoritmos seguirán optimizándose. La capacidad de predicción de la IA abarcará, sin margen de error, los comportamientos sociales e incluso los aspectos más íntimos de nuestras vidas: con quién podemos procrear con éxito y cómo y cuándo moriremos. A este ritmo, en veinte o treinta años las máquinas podrán analizar toda la información generada por los humanos, la naturaleza y las propias máquinas, anticipando con gran exactitud cada aspecto del comportamiento humano y de nuestro entorno. Nuestras decisiones serán cada vez más irrelevantes. Para bien o para mal, la IA va a reducir considerablemente el libre albedrío de los humanos. - Jaime Malet en la Vanguardia.