Los cadáveres del túnel de Alfafar. Las víctimas que se quedaron encerradas en el parking de Bonaire. Los policías, guardias civiles y militares que están siendo obligados a mentir sobre el número de fallecidos. Los tres son hechos que nunca han sucedido. Son directamente mentira. Sin embargo, han recorrido miles y miles de pantallas de teléfono móvil. X, Instagram, Facebook y TikTok, da igual la plataforma. La desinformación ha campado a sus anchas durante la tragedia de Valencia. En esta ocasión los bulos no han emergido desde lo que La Moncloa califica como “pseudomedios”, sino desde perfiles con millones de seguidores. Algunos influencers han sido sus promotores.
Se trata de personas que se dedican a generar contenido, la mayoría banales, otros útiles. Facturan como estrellas del deporte. Las empresas les pagan cuantiosas cantidades de dinero para llegar de forma directa y sencilla a un determinado público al que no alcanzan a través de otras fórmulas tradicionales de publicidad. Su capacidad de influencia es, como dice su nombre, muy potente porque sus seguidores les creen a pies juntillas e, incluso, les acompañan en sus éxitos o dramas. Se podría hablar de una especie de fe ciega de una parte de la población en este gremio.
La Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) es muy consciente del problema que puede generar la desinformación en la economía y ya ha advertido que los creadores de contenido podrían enfrentarse a sanciones por publicidad engañosa a la hora de promocionar determinados productos. Se han detectado casos de influencers dedicándose a asesorar inversiones sin los conocimientos financieros necesarios o a promocionar productos milagro sin evidencia científica. La lista es larga y viene de lejos.
El problema se hace aún más importante cuando de lo que se trata es de informar a la población en una de las mayores tragedias del país. El límite lo marcó el Rey Felipe VI en Paiporta hace dos fines de semana: “No hagáis caso a todo lo que se publica, porque hay mucha intoxicación informativa y mucha gente interesada en esto, para que haya caos”. No es el caso de todos los influencers, pero sí está habiendo, en términos generales, una desinformación vestida de teórica información.
¿Cómo evitar que un influencer acabe participando en el lodazal de la desinformación? No es sencillo. En primer lugar, por esa fe ciega que les tienen miles de seguidores y que, en ocasiones, resulta inqubrantable. En segundo lugar, porque los creadores de contenido han sustituido a los mensajeros de la información, los medios de comunicación, en un buen número de ocasiones. Cuando a un soldado de los influencers se le conmina a contrastar los mensajes que recibe a través de un medio de comunicación solvente su respuesta suele ser: “¡Mienten! ¡Están vendidos al poder!”
Cuenta el doctor en comunicación Ignacio Jiménez Soler que “la desinformación es un virus silencioso que poco a poco va debilitando sistemas que funcionan y que hasta ahora tenían capacidades y herramientas suficientes para corregir errores. Sin embargo, ahora se enfrentan a una situación de incertidumbre porque, una vez encallados en el barrizal de la desinformación, llega el despiste general, el de la conciencia de haber sucumbido al canto de sirena de un ‘algo mejor’ que simplemente se ha demostrado ser falso”. Es ahí, en ese terreno de juego del despiste general, más si cabe en momentos de impacto, como la tragedia de la DANA, donde los influencers deberían ser conscientes del importante papel que pueden llegar a jugar. Es ahí también donde los interesados en la intoxicación, de los que hablaba Felipe VI, ganan.
Todo el mundo cree que puede informar, pero es un error. Todo el mundo puede llegar a contar lo que ve o capta la cámara de su teléfono. Pero informar es otra cosa. Hacer información de calidad es laborioso y costoso. Requiere una labor esencial de contraste y de consulta de fuentes. En otras palabras, Instagram nunca podrá sustituir a un informativo de televisión ni X es periodismo.
Una derivada política del problema de los influencers es su capacidad de influencia en el voto. No es casual que Elon Musk haya sido el fogonero de la victoria de Trump. En el mundo de la desinformación, el influencer es el rey. Y cada vez lo es más. Fernando H. Valls en la vanguardia.
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