El cementerio de Montjuïc, el mayor de Barcelona, tiene más de 152.000 sepulturas y podría ser la sexta ciudad de Catalunya. Pasear por ella es una experiencia muy interesante. Se constata que la muerte no nos iguala a todos y que el estatus puede mantenerse más allá de la vida. La ciudad de los fallecidos de Montjuïc tiene similitudes con la de los vivos. Están las zonas de los nichos más pequeños, uno encima del otro, optimizando al máximo el espacio, como en los barrios periféricos. También están las zonas ajardinadas con las tumbas en el suelo, en hilera, todas iguales, como si fueran las casas adosadas, y después están las zonas nobles, con los panteones con jardín, vallas, vidrieras y puertas forjadas como si fueran los chalés de los barrios más acomodados. Algunos sobresalen, como auténticas catedrales mortuorias, que suben y que se ven desde lejos, dejando constancia del poder que tenían los que duermen en él el sueño eterno. Todos lucen esculturas o figuras alegóricas de la muerte, cruces y decoraciones diversas, elementos religiosos, más sencillos o más pomposos, con letras de piedra o forja en las que esculpir el nombre de la familia, para que la familia descanse unida. Apellidos ilustres y conocidos de la ciudad, políticos como Cambó, Prat de la Riba, el alcalde Porcioles, con el escudo de Barcelona presidiendo la lápida de cara al puerto, y el panteón de grandes dimensiones de otro alcalde, Joan Pich y Pon. También nombres más actuales, como la construcción de mármol negro y elegante en el que reposa la familia Núñez y Navarro o el de la familia Pujol y Soley, donde recientemente enterraron a la mujer del expresidente de la Generalitat. Son de nueva construcción, porque no sólo existen panteones históricos y monumentales. Las construcciones mortuorias siguen vigentes. De hecho, en una zona del cementerio de Montjuïc, unos operarios trabajaban esta semana para dejar lista una nueva zona de tumbas adosadas que seguro que pronto quedarán ocupadas.
Dime qué tumba tienes y te diré quién eres. Por eso es fácil imaginar quién está detrás de los nichos sin lápida. En uno está escrito en pintura negra, sobre el yeso blanco, el nombre del difunto y la fecha de nacimiento y de defunción. En algunos casos es Arrels Fundació la que engancha el nombre de la persona muerta con un cartel de cartón. Una solución efímera para intentar dignificar los entierros de beneficencia de quienes no tienen nadie, de los que no han tenido casa en su vida, pero que ahora tendrán un nicho durante unos años. No es el único acto de recuerdo, en las últimas semanas voluntarios de esta entidad han colocado en diferentes puntos de Barcelona placas con información de las 84 personas sin hogar muertas este año. El recuerdo, de mínimos, es lo único que queda de esas personas que viven invisibles y que desaparecen sin hacer ruido, discretamente y antes. Se calcula que las personas que duermen al raso viven de media 25 años menos que el resto. Lo que decíamos, la muerte no nos iguala a todos. Eva Arderiu en la vanguardia.
Según la Razón, la tumba más visitada en el cementerio de Montjuïc, es la de Carlos Ruiz Zafón.
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