Sin llegar a la mortalidad "tan brutal" del de 2022, el calor extremo de este nuevo verano anómalo, ha causado más de 1.800 defunciones en España, aunque algunas estimaciones casi duplican esa cifra. "El impacto del calor no es solo un golpe de calor, que son los menos. El calor en sí es un estrés para el cuerpo". Informaban en el confidencial este agosto pasado.
Pero la gente no se ha alterado por la cifra de muertos, simplemente porque estos muertos, aparte de ser individuales, no se han visto. Tampoco hemos visto a los muertos de a catástrofe de Valencia, pero sí nos han machacado todos los medios con las imágenes de la destrucción, del caos, pero en el fondo y a la que pasen unos días, unos muertos y otros dejaran de importarnos, les olvidaremos como hemos olvidado a los muertos de Ucrania o a los más recientes de Gaza.
Acostumbrado a contemplar la destrucción a diario, cada vez me afectan menos estas noticias, me cuesta empatizar con las víctimas y me he creado una especie de barrera protectora que me protege, aunque sea de momento, porque la tragedia de Valencia perdurará en el tiempo, y no es cosas de días, ni de meses, sino de años. Y de toda esta tragedia, lo que más me ha impresionado son estos cientos de valencianos capitalinos yendo a pie a ayudar a los pueblos de su alrededor, cargados con agua y comida, en una larga marcha solidaria, y espontánea. Una vez más la mayoría silenciosa ha actuado antes que la oficialidad gubernamental, que como siempre llega tarde y a deshora, y veremos como van de rápidas las ayudas a los que se han quedado sin nada, aunque al menos conservan algo de lo que muchos de los políticos carecen, el alma.
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