El término caquistocracia , de raíz griega, lo usó por primera vez el religioso Paul Gosnold en un sermón en su iglesia, en 1644, cuando proclamó ante sus fieles que no debían tener ningún escrúpulo en orar contra los devotos incendiarios que querían llevar el país a la ruina con su incompetencia, “llevando a la templada monarquía a una loca caquistocracia”. Pero más valdría no haber apoyado a los ineptos antes que invitar a los feligreses a rezar para que se consumieran en el infierno.
En cualquier caso, la caquistocracia no es un fenómeno circunscrito a tierras lejanas. Tenemos más ejemplos cercanos: la gestión de la tragedia de la dana ha puesto de manifiesto la impericia, incapacidad e ineptitud del equipo de gobierno de la Generalitat Valenciana para afrontar una crisis. Un dato resulta revelador: la consejera de Justícia i Interior, encargada de las emergencias, desconocía la existencia del sistema de alertas, como reconoció en público.
El premio Nobel Paul Krugman, en su último artículo en The New York Times , ha escrito que quizás ya no recuperemos nunca la fe que teníamos en nuestros dirigentes, pero al menos deberíamos mantenerla para enfrentarnos a los gobiernos de los peores, porque solo así conseguiremos encontrar el camino a un mundo mejor. Y aun así, se nos va a hacer largo. Insoportablemente largo.