Certeza. La tecnología podrá hacerlo todo. Podrá hacer diagnósticos médicos, diseñar itinerarios formativos, calcular rutas para el reparto óptimo de mercancías, escribir cuentos y novelas, hacer predicciones climatológicas, tomar decisiones de inversión bursátil, esculpir esculturas, analizar la evolución de los cultivos, componer música, diseñar muebles y pintar cuadros. En muchos casos será una buena solución, una forma de actuar eficiente y razonable.

Preocupación. Una de las cosas preocupantes no es hasta dónde puede llegar la tecnología, sino a qué nos dedicaremos nosotros. Cada vez que se anuncia que las máquinas hacen otra cosa bien, lo que de verdad pensamos es que queda una opción menos para ganarnos la vida.

Problema. La sociedad industrial tenía un sistema de reparto de la riqueza que en la sociedad digital está dejando de funcionar. Nuestro Estado del bienestar se basa en que quien gana dinero devuelve una parte a sus empleados en forma de sueldos y otra parte a la sociedad en forma de impuestos. El problema es que las plataformas digitales globales ganan mucho dinero en España, pero en proporción generan poquísimo empleo y además, gracias a la lamentable arquitectura fiscal de Europa, apenas pagan impuestos aquí. Generan riqueza que apenas reparten.

Diagnóstico. Estamos repartiendo mal la riqueza generada por las máquinas. Los beneficios que se obtienen con la digitalización masiva se acumulan en personas concretas que están decidiendo unilateralmente si reparten más o menos y cómo. De vez en cuando Amancio Ortega compra equipamiento para hospitales, pero Elon Musk ha decidido gastarse el dinero en ocupar el poder político de Estados Unidos. Y quizá no se pare aquí. La revolución digital está provocando que una nueva minoría acceda a la riqueza y el poder escapando del control de los estados nación

Derechos. Nuestro problema no es que las máquinas hagan cada vez más cosas, sino que estamos tolerando la implantación de un modelo que, en vez de futurista, es medieval: el señor feudal decide lo que le da la gana, y la población trabaja en sus plataformas sin apenas derechos. Un sistema que además es desigual: las multinacionales pueden diseñar maneras para tributar donde más les convenga, pero los de aquí que tienen tiendas de fruta, empresas de transporte, salas de conciertos o peluquerías, estos no, estos han de tributar localmente de manera estricta con el método antiguo y bajo la amenaza de fuertes sanciones.

Reacción. La revolución digital está provocando que una nueva minoría acceda a la riqueza y el poder escapando del control de los estados nación. La tecnología está descolocando a la política, que está dejando de ser un mecanismo eficiente para administrar la sociedad. Necesitamos de manera urgente un nuevo marco legal y fiscal, como mínimo, y, visto cómo van las cosas, nos tendremos que poner serios. Serios y exigentes. Complicado, pero posible. Lo primero es levantar la mirada y entender que estamos ante un conflicto histórico grave. - Es más grave de lo que parece, Genís Roca en la vanguardia