En los inicios de internet, descargar contenido o ­leer información en la red sin soltar un céntimo era habitual. Pocos sospechaban que lo pagaríamos con creces. En la primera década de este siglo desconocíamos lo que se ocultaba tras el caos reptante de Google. De hecho, ni siquiera Google lo tenía tan claro: todavía planeaba sobre sus cabezas la imagen de esos jóvenes tan simpáticos que en los noventa trabajaban en el garaje de su casa con ideas más o menos utópicas, casi como la continuación de los sueños de Ted Nelson, que había imaginado un internet sin jerarquías, sin anuncios, incorruptible...
Sobre la ingenuidad de entonces acerca del potencial devastador de las redes, es ilustrativa la sonrisita de Zuckerberg en su comparecencia ante el senador Hatch. El senador pregunta a un joven Zuckerberg: “¿Y cómo se sostiene un modelo de negocio en que los usuarios no pagan por sus servicios?”. “Senador, ¡publicamos anuncios!”, dice Zuckerberg. Y luego sonríe y aparenta desconcierto porque la respuesta es obvia y sabe que se trata de una pregunta retórica. Hatch deseó enfatizar la respuesta: está­bamos ya en el 2018, pero aún gran parte de la población mundial seguía preguntándose por qué no tenía que pagar por los contenidos de internet.
De ese modo, millones de usuarios hemos aceptado entregar nuestros datos para ser usados con fines publicitarios, como sabe cualquiera que, en el momento en que piensa en un destornillador mientras navega, le aparece en un recuadro de la pantalla la susodicha herramienta como por arte de magia. Y así hemos favorecido el crecimiento de una industria publicitaria online (regida por algoritmos y sinergias siempre opacas para el anunciante) difícilmente controlable. Para entender por qué esta industria está íntimamente ligada al tsunami de desinformación actual, véase el escalofriante documental The click trap, de la productora barcelonesa Polar Star Films, donde se explica paso a paso cómo el afán de lucro del sistema de anuncios online de Facebook promovió el genocidio de Birmania del 2017 contra la po­blación rohinyá. Merecidamente premiado, se puede ver en Filmin, RTVE, Arte. Tras ver el documental, una no vuelve a olvidar jamás esa verdad tan repetida en materia de publicidad online: si no eres el cliente, eres el producto. - Inma Monsó en la vanguardia.com