CINCUENTA AÑOS DESPUÉS


Fotografía facilitada por Adolfo Suárez Illana, tomada en Madrid el 17/07/08, del Rey Juan Carlos que pasea con Adolfo Suárez, primer presidente de la democracia que hizo posible la transición en España, durante la ceremonia privada celebrada en el domicilio del político en la que los Reyes le entregaron el Collar de la Insigne Orden del Toisón de Oro.
El Gobierno de España quiere conmemorar este año 2025 el quincuagésimo aniversario de la muerte del general Franco como el momento liminar de la democracia en España. Es evidente que se trata de una añagaza, pues la democracia no surgió sin más al fallecimiento de Franco, sino después de un breve pero complejísimo proceso que no abortó, pese a los intentos que hubo para ello, gracias al miedo, sí: al “santo miedo”, que los españoles de entonces, tanto de derechas como de izquierdas, teníamos a repetir la vesania de la Guerra Civil, muchos de cuyos combatientes aún vivían y eran los padres de mi generación. No regateo el valor grande que tuvieron cuantos participaron en este empeño nobilísimo de sellar la paz entre las “dos Españas”, pero quiero personalizar el mérito en tres figuras: Juan Carlos de Borbón, Adolfo Suárez y Santiago Carrillo.

Sin ellos y tantos otros como ellos no hubiese habido transición, es decir: no hubiese habido Pactos de la Moncloa, ni Constitución de 1978, ni “régimen del 78”. Pero el esfuerzo de todos estos protagonistas hubiese sido baldío, tanto el de aquellos que han pasado a la historia como el de aquellos cuya labor se ha desvanecido en el olvido, si su empeño no hubiese estado respaldado por el sentimiento y la voluntad de una inmensa mayoría de españoles, vertebrada por la clase media, que no quería ni aventuras, ni experimentos, ni ensayos impuestos de constructivismo social. Los españoles queríamos vivir en democracia y libertad, con justicia social, en paz y progreso, en un régimen político homologable con el de los países de nuestro entorno, integrado en las alianza de estos (Unión Europea y OTAN), y, sobre todo, sin reincidir en los desastres de una guerra de pobres, en la que nos matamos durante tres años ante la pasividad europea impuesta por un Pacto de No Intervención, anticipo de la habitual elusión europea en casos similares, como en los Balcanes y en Ucrania. Ya se sabe, Poncio Pilatos era europeo.

España puede ser de los primeros Estados nación que se deshagan

Todo cuanto antecede viene a cuento de que, si el Gobierno de España insiste en esta falsa conmemoración es por algo. Nunca da puntada sin hilo. Y este hilo nos lleva a un tópico que, alumbrado durante la infausta presidencia de Rodríguez Zapatero, ha alcanzado su pleno desarrollo durante la letal presidencia de Sánchez. Este tópico consiste en negar la transición, es decir: la Constitución y el “régimen del 78”, por ser una burda continuación de la dictadura franquista, en su doble función de limitar los derechos humanos (individuales y políticos) y de ser “una cárcel de pueblos”. Lo que exige, en consonancia, una ruptura que retrotraiga a España a un estado virginal presto a un rito iniciático, a partir del cual todo lo que se construya sea nuevo, puro y perfecto, sin mácula de mal alguna.

El camino para llegar a esta arcadia feliz exige: 1. Acometer una ruptura radical con el pasado y su actual prórroga. 2. Fijar unos objetivos de máximos concretos e in­mediatos. La ruptura se está logrando con la progresiva polarización de la sociedad española hasta su fractura en dos bloques: los que perdieron la guerra y los que la ganaron; todo ello mediante la utilización sectaria y aviesa de la memoria histórica (de ahí la “santificación” de la Segunda República). Y los objetivos son claros: unas políticas de corte populista, la confederación como instrumento laxo de mera yuxtaposición territorial y la república como forma de Estado adecuada para dotar de simple apariencia formal a una España de taifas.

Este desenlace fatal es posible porque la actual coalición social-nacionalista es más sólida de lo que parece, por ser muy fuerte lo que la une: la malquerencia a España como entidad histórica y como proyecto político, que inspira y da vida a las principales fuerzas que la integran: a) todas las izquierdas vertebradas por el PSOE; b) la derecha catalanista, y c) la derecha peneu­vista. Lo que se entiende en estas, pero no en los socialistas. En suma, España fue de los primeros Estados nación que se formaron, y puede ser de los primeros que se deshagan. - Juan-José López Burniol en la vanguardia.

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