Por muy estúpidas que sean algunas conjeturas, es imposible evitar pensar que si determinadas decisiones del pasado se hubieran meditado mejor, si la ideología y la arrogancia no hubieran pasado por encima del humilde y menospreciado sentido común, ahora las cosas serían diferentes en Europa. El momento se puede establecer con absoluta precisión. Fue el 2015, cuando Angela Merkel, sin consultar con ningún socio de la UE, abrió las fronteras de Alemania durante la crisis de los refugiados y lo cambió todo tal vez para siempre. De paso, liquidó una extraordinaria carrera política.
Hay unas viejas fotografías de su encuentro con Trump en el 2017. Trump está visiblemente incómodo y parece preguntarse cómo su servicio de seguridad ha dejado pasar a una señora con pinta de vendedora de biblias. Está sentado en un extremo del sofá, lo más lejos posible de Merkel y su lenguaje corporal lo dice todo. Seguro que lo primero que mira Trump de una mujer es su apariencia física y Merkel es completamente ajena al extraordinario esfuerzo que ponen en su aspecto las políticas americanas.
Sin duda la recuerdan. Siempre con unos pantalones negros combinados con chaquetas de corte recto, un peinado que te puedes hacer en casa, bisutería escasa y apenas vestigios de maquillaje. Una imagen familiar y modesta en la que la modestia es, precisamente, el mensaje político. Los medios tacharon la reunión de “gélida” y de nada sirvió que Merkel intentara romper el hielo con una sonrisa que no solía prodigar y se dirigiera a Trump en un excelente inglés. En realidad, lo trataba como a un adolescente malcriado y él parecía poco más que un gañán. En ese encuentro Trump pronunció una de sus frases célebres. “La inmigración es un privilegio, no un derecho”, dijo antes de volverse al cuartel general de Spectra con su gato de Angora. Otra cosa es que no captara mejor que Merkel el signo de los tiempos.
Alemania abrió fronteras en la crisis de los refugiados del 2015 y lo cambió todo tal vez para siempre. No había que dejarse engañar por ese aspecto maternal. Merkel podía ser fría y nada sentimental. Fue implacable con su mentor en la CDU, Kohl, guió Alemania en la crisis financiera del 2008 con mano de hierro y Grecia, Italia, España y Portugal sintieron las dentelladas de sus políticas de austeridad. El gobierno griego se quedó por el camino. En el 2011, a raíz del accidente en la central nuclear de Fukushima, decidió el cierre de todas las plantas de Alemania en otra decisión de las que pueden arruinar a un país en cuatro días.
En el 2015 visitó dos centros de refugiados y se hizo fotos con ellos, también dijo unas palabras que se interpretaron en Siria, Irak, Afganistán, Pakistán y Somalia como “venid aquí, cuidaremos de vosotros”. Lo que ocurrió es sabido, pero no está de más recordarlo. Conviene hacer memoria y repasar la historia: el historiador Timothy Snyder dejó dicho que la historia sin memoria es imposible, pero la memoria sin historia es peligrosa. Como consecuencia de la apertura de fronteras y el efecto llamada a finales del 2015 cerca de un millón de demandantes de asilo entraron en Alemania sin ningún control de identificación. Europa no estaba preparada para una avalancha así y se limitó a dejar que los refugiados pasaran de un país a otro sin más trámite: lo único que preocupaba a cada país es que no se quedara ni uno en su territorio, que circularan hacia Alemania y Suecia. La UE tampoco en esta ocasión tenía un plan y fue el caos.
Viktor Orbán fue quien rompió la baraja. Instaló alambradas de espino en su frontera con Serbia y Croacia e impidió el paso de los inmigrantes con especial contundencia mientras hablaba de “invasión musulmana”, “enemigos” y “defensa de los valores cristianos”. Era extraño oír estos términos en la Europa laica y multicultural, y los países del Oeste no lo entendían, por alguna extraña razón esperaban solidaridad y brazos abiertos. Polonia, Eslovaquia y Chequia siguieron la estela de Orbán. El Este lo tenía claro: eran víctimas y ya los habían invadido demasiadas veces. No lo iban a tolerar ni una sola más. En realidad, no lo iba a tolerar nadie. Desde entonces, media Europa está militarizada, Turquía y Marruecos ejercen de aduaneros, Francia y Bélgica recurren con frecuencia al estado de excepción, Alternativa para Alemania, un grupúsculo en el 2015, se ha convertido en la segunda fuerza de Alemania y eso solo parece el principio. El infierno está empedrado de las mejores intenciones. Y luego dicen que gana Trump. - Javier Melero en la vanguardia.
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